Se ha hablado de la pandemia del covid en términos bélicos, como una lucha o una batalla a la que se está enfrentando la humanidad. Se dice que estamos inmersos en una guerra contra un enemigo que no distingue ni perdona a nadie, sea del país o la clase social que sea, aunque los países pobres lo llevan peor, evidentemente. El virus no duda en camuflarse y mutar, con el único fin de vencernos, para ello utiliza todas las tretas posibles para desanimarnos, incluida la de esparcir la deserción en nuestras filas, aprovechándose del cansancio, la confusión, la debilidad, el miedo y hasta de la traición del negacionismo descerebrado que se expande como otra lacra. Como en la Primera Guerra Mundial, hemos vivido batallas duras, como la del confinamiento que recordaba al encierro, bajo tierra, de aquellas horribles trincheras donde las horas se hacían interminables, mientras los soldados intentaban no ser vistos por el enemigo, al tiempo de que intentaban dedicar algún rato a soñar, olvidar, escribir, dibujar, conversar, contar historias o hacer propósitos hermosos para cuando todo acabase y volviesen los tiempos de abrazar a los seres queridos. 

La guerra del covid ha traído dolor, sufrimiento, crisis económica, desempleo o agravamiento de otras enfermedades. También, como en todas las guerras, ha habido héroes que se han volcado en ayudar y en salvar vidas, sanitarios que se han dejado la suya para cuidar a los heridos, y no han faltado gentes que se han emocionado, durante meses, aplaudiendo a las ocho de la tarde a quienes nos han dado una lección de entrega al prójimo y de patriotismo verdadero. Esta ha sido la vida y la muerte en estas trincheras en las que hemos estado escondidos durante dos años y de las que estamos deseando salir de una puñetera vez, para disfrutar de una tierra renovada, donde vuelva a brillar el sol para todos. Se ha llegado a decir que de la pandemia saldríamos todos mejores, que hemos aprendido una lección y que nos volcaremos a partir de ahora en abandonar el egoísmo, la locura y el maltrato hacia nuestro planeta y hacia los demás. Han pasado los meses y de todos aquellas buenas intenciones poco queda ya.

La gente se lleva la peor parte en todas las guerras, los soldados y los civiles, no los jerifaltes. Como siempre pasa, mientras muchos dan lo mejor de sí mismos, una minoría aprovecha para hacer negocio y multiplicar sus beneficios, incluso para hacer politiqueo partidista y rastrero, en nombre de palabras cínicamente tergiversadas, usadas como mera propaganda o para manipular a los descerebrados: libertad, patriotismo, comunismo y demás señuelos engañabobos, sacando partido cuando la gente sufre, en lugar de arrimar el hombro, todos a una. 

Cuando el invasor llega, siempre están los colaboracionistas que se significan enfrentándose al Gobierno legítimo. Por increíble que parezca, en los momentos más duros, nunca faltan los que tienen más interés en derrocar al Gobierno y pillar cacho que en frenar el sufrimiento y parar la guerra, eso sí, con un maquillaje de salvar la patria del comunismo de turno. Hay que reconocerle al lobo que es un experto en camuflarse con la piel de cordero y que siempre logra que algunos borregos le abran la puerta del corral. 

Tiempos duros de trincheras, y no sólo en defensa contra el covid. En nuestros días, los enemigos de la patria, los que se disfrazan envueltos en banderas y en la piel de cordero, no tienen más interés que atizar el fuego de cuanto peor mejor para ellos, el suyo beneficio. Se empeñan en seguir cavando nuevas trincheras, no contra la pandemia o contra la crisis económica, sino para enfrentarnos los unos a los otros y así les preparemos el terreno para obtener el poder. Es inaudito, peligroso, detestable y puede que suicida, que los descerebrados que dirigen la oposición política se dediquen a poner palos en las ruedas a un tren de la recuperación que necesitamos coger con urgencia. 

Que España sea el primer país en recibir dinero de los fondos de la Unión Europea, después de mil controles, estudios y exigencias, dice mucho a favor de nuestro país y es la constatación de que el gobierno de Pedro Sánchez ha hecho los deberes, ha presentado unos buenos proyectos y goza de la credibilidad del resto de países. No es creíble ni estadísticamente posible que todo lo que haga un gobierno esté mal hecho. Esto es una evidencia que debería bastar a cualquiera, sea de izquierdas, derechas o de cualquier populismo. Una cosa es eso de ‘al enemigo, ni agua’, horrible táctica de oposición tan empleada últimamente, y otra es intentar, por todos los medios, retrasar, poner en evidencia o boicotear estas ayudas, en la creencia de que si la situación mejora en España no habrá manera de derrocar a un gobierno que será visto como salvador. La pregunta es si Ayuso, Casado o Abascal, se creen las cosas que dicen y si creen que van a conseguir el apoyo de la UE contra el Gobierno de Sánchez o si sólo utilizan sus discursos y los recursos legales para ganar tiempo, hacer propaganda, engatusar bobos y hacer politiqueo rastrero a nivel interno, a ver si así ganan las próximas elecciones de Castilla y León, Andalucía o las Generales, en la esperanza que después nadie utilice estas mismas armas contra ellos.  

No hay nada peor que cavar trincheras en tiempos de paz, nada más inoportuno en estos tiempos tan necesitados de que nos unamos todos para salir de la pandemia y para salvar a nuestro planeta que se hace más inhabitable, por momentos, por la emergencia climática. Pero ahí estamos nosotros, líderes en turismo mundial y líderes en la polarización de la vida social y política, volviendo a las viejas guerras entre bandos, que no son más que cortinas de humo para crispar, manipular, meter miedo y conseguir el poder al coste que sea. 

Por favor, que destituyan ya al inventor de volver a meter miedo, en pleno siglo XXI, contra los ‘comunistas’, mientras ni pío contra el gran país ‘comunista’ chino, que es un paraíso de negocio. Alguien debería decirle a Teodoro García Egea que no siga con el toletole del caso de los ERES en Andalucía, para justificar que no se puede dejar al Gobierno de la nación el manejo de los fondos europeos, que eso solo demuestra que no hay casos nuevos que salpiquen al Gobierno actual. Además ¿quién lo gestionaría mejor: el PP que no tiene casos de corrupción? ¿No se da cuenta este sabio estratega que le está sirviendo la réplica en bandeja a la izquierda? Además, el control y la vigilancia de las ayudas la lleva la UE, ¿Qué quieren decir, que no se fían de Europa tampoco? 

Si lo que quiere la oposición es ganar votos, podrían probar a ser patriotas por una vez y decir: «En este asunto apoyaremos y estaremos al lado del Gobierno de España y felicitamos al país por haber demostrado una solvencia, seriedad y confianza tal que la UE nos ha otorgado los fondos antes que a ningún otro país». ¿No se da cuenta la oposición de que Europa está apoyando y confiando en España, en sus ciudadanos, en su economía, en sus empresarios y trabajadores, no sólo en su Gobierno? Esto es un éxito y una oportunidad para todos y hay veces en las que hay que sumar, en lugar de restar, hay veces en las que hay que tener una visión de Estado y no estar siempre en la refriega partidista, en el barro y el politiqueo de bajo nivel. Mucho mejor, sin duda, otros barones del PP como el Presidente de Galicia, Núñez Feijóo que ha dicho “A ver, a ver, vamos a esperar un poco sin pegarle fuego a Troya, que el reparto acaba de empezar”.

En otros lados también cuecen habas, que lo de Gran Bretaña tampoco se lo deseo a nadie, con el impresentable festero Boris Johnson, que ahora quiere engatusar al personal derogando mascarillas y todas las restricciones. Pero en Gran Bretaña cada vez quedan menos en la defensa del engaño del Brexit. Para nosotros tampoco es consuelo que en otros países también crezcan las trincheras, menos aún si no son en plan figurado, que parece que estamos a las puertas de una guerra en Ucrania, que nos tocará muy de cerca a toda Europa. Todo puede ir a peor, que dijo Murphy. ¿Íbamos a salir mejores?