Novak Djokovic siempre ha sido un chico malo. En la cancha a veces parece el mismísimo diablo. Puede ser agresivo, violento, rugir como un león en la cara del contrincante, pero se contiene en el último momento, sobre la línea. Detrás de su gesto fiero, se adivina un soñador. También es un campeón, un fuera de serie, la combinación perfecta de fuerza, precisión y elasticidad, un milagro de equilibrio y poderío, el mejor tenista de todos los tiempos.

Ahora está a un paso de que lo conviertan en un hombre ridículo.

Mires por donde lo mires, su comportamiento es difícil de defender. Lo he intentado, me cae bien, pues tiendo a simpatizar con quien va a contracorriente, aunque sea para defender las causas más estrafalarias, pero Djokovic se ha empeñado en dar la razón a quienes lo consideran arrogante, egoísta, ignorante, tramposo y tosco. Lo opuesto al tenis, el deporte más selecto y elegante que existe, donde no se triunfa sin inteligencia y en el que no hay trampa ni cartón, eres tú contra el mundo y siempre gana el mejor. Al contrario que otros deportes que se aprenden en el barro, el tenis ha tenido siempre algo aristocrático, como una universidad de cortesía y juego limpio, territorio vedado a marrulleros. Eso está cambiando, como lo prueban la moda del ‘saque de cuchara’, los amaños de partidos o los shows populistas del excéntrico Nick Kyrgios. Una muestra más de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Pero para entender lo que ha ocurrido con Djokovic habrá que fijarse no tanto en la persona como en la estrella. En medio de la desmesura de dinero, lujo, fama y adoración en el que viven los grandes campeones del deporte, lo raro es que surjan modelos de sensatez como Federer o Nadal. En un reportaje que Martin Amis escribió sobre el tenis femenino en tiempos de las deslumbrantes Steffi Graf, Gabriela Sabatini y Monica Seles, señalaba que para comprender el mundo del estrellato no había que preguntarles a las jugadoras, sino a Tatum O´Neal, la esposa de John McEnroe, ella misma niña prodigio, en su caso del cine. «Dicho sistema prescribe una vida de auténtico aislamiento en la cual todos los contactos están restringidos, mediatizados, acolchados. Intermediarios, ayudantes, agentes de relaciones públicas, tipos armados por todas partes: esos extras forman parte del escenario donde se mueven las gacelas y onzas del tenis, especies protegidas (inestimables especímenes) en un lujoso parque zoológico. Claro que para las vírgenes millonarias habrá vida después del tenis. Pero antes no, antes se hunden en la misteriosa oscuridad del estrellato».

Djokovic ha tenido la mala suerte de que la vida real haya resquebrajado la burbuja del tenis. Como tantos otros, se ha perdido en la oscuridad del estrellato. Ojalá pronto se haga algo de luz en todo este disparate y se vuelva a oír su rugido. Y que no sea en el zoológico.