Yo he estado siempre en deuda con Gento. En aquel tiempo se jugaba con cinco delanteros, con dos extremos que hacían de extremos y cuya suerte mayor era correr por la banda más y mejor que nadie hasta que llegaba el momento de ir derecho a la puerta o, sobre todo, centrar desde cerca ya de la bandera. El fútbol, juego hermoso, tiene como todo sus clímax, unos chisporroteos que de pronto iluminan y dan sentido a la escena, que a veces queda grabada en el disco duro. La parte buena de mi memoria emocional le debe a Gento unos cuantos momentos de esos, corriendo por la banda y dejando tirado al defensa o eligiendo el instante justo (lo hay en todo) para hacer la diagonal hacia la portería. Aparte de la emoción en sí, esos momentos son como mojones gracias a los que podemos organizar el pasado, siempre amigo de mezclarse. Además de hacer saltar chispas, en el campo era honrado como el pedernal.