¿Guardas algún cadáver en el armario que yo no sepa y que nos pueda joder la existencia? le preguntó una conocida a su marido días antes de que este accediera a encabezar la lista al Ayuntamiento de su pueblo. O Djokovic es menos listo de lo que se cree y parece, también menos Jesucristo y Espartaco de lo que predica su corte suprema, o no entiendo cómo se ha atrevido a entablar esta guerra cuerpo a cuerpo contra los australianos con una cuarentena obligatoria por ser positivo que se saltó a la torera y un formulario de entrada al país con datos falsos incluidos, qué más da quién lo cumplimentara, él lo firmó y le ha tocado apechugar con todas las consecuencias, ¿o es que acaso por ser una estrella mundial del deporte y atesorar una fortuna que más de uno quisiera se cree con el derecho a esquivar las leyes?

A Australia hay que entrar vacunado seas carnicero o astro del tenis, no entiendo el por qué de tanto jaleo. Y para toda esa marabunta indignada y enfervorecida, una pregunta seria: si al que hubieran finalmente expulsado de Cangurolandia fuera a vuestro vecino y no al famoso serbio, ¿os parecería tan injusto o vuestra defensa no va de libertad sino de privilegios?

Mientras Djokovic seguía recluido en el Park Hotel de Melborurne simulando una detención que podría haber zanjado en un plisplás con un vuelo de regreso a Marbella y su familia parecía disfrutar agitando el avispero, en algún lugar remoto de la Amazonía brasileña, entre los ríos Cuminapanema y Erepecuru, Tawy cargaba a su padre a sus espaldas en un abrupto viaje de seis horas de ida y otras seis de vuelta para que Wahu, de 67 años, pudiera recibir su primera dosis contra la Covid-19. Hay foto, no es cuento. Ya lo profetizó Eduardo Galeano: «Al fin del milenio, el mundo al revés está́ a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies».

Dice el padre del tenista que su hijo es «el líder del mundo libre, el líder del mundo de las naciones y las personas pobres y necesitadas». Nada de eso. Líderes son el indígena de la etnia Zoé del que les acabo de contar o el desconocido que pagó la cuenta del supermercado de una señora a la que no conocía y que olvidó el pin de su tarjeta.

Y la historia es tan bonita que, por favor, déjenme que les cuente: sábado, 19 de diciembre, dos de la tarde, Mercadona, El Palo, un barrio malagueño. Esperanza, de 84 años, sale a hacer la compra y dar un paseo. Cuando va a pagar con su tarjeta la cuenta, que asciende a 60 euros, la cajera le pide el pin. Primer intento, no acierta; segundo intento, fallido; al tercero, la tarjeta se bloquea. La señora desesperada marca el móvil de su hijo, que no contesta. Llorando pide a la cajera que ajuste la compra al poco efectivo que lleva: «No es necesario, el chico que va por allí ya le ha pagado la cuenta entera». Lo cuente días después su hijo Chicho Marín, chef y empresario de restauración, en un mensaje en Twitter que ya es viral con miles de retuits y respuestas: «Almas buenas. Gracias a la persona que hoy con tanta generosidad le ha pagado la compra a mi madre al ver que no se acordaba del pin, si lees esto me gustaría poder pagártelo. Gracias de corazón, ha llorado mucho de su impotencia ante la falta de memoria».

Eso es, almas buenas. Y ustedes, a disfrutar del Open, sin Djokovich también habrá buen tenis.