La escena de Sidney Poitier en la peli In the heat of the night con el negrito del FBI, trajeado como los ángeles (si tuvieran el buen gusto de ponerse al día en cuestión de vestimenta) y en plena noche veraniega del sur de Alabama, esperando el tren, tiene grandeza. Mucha grandeza. Es una escena con soledad. Pero es una soledad externa. La estacioncita de aldea, en medio de bosque de agosto, con una humedad del setenta por ciento, y, acaso, una temperatura de treinta grados Celsius, aunque allí lo medirían en Fahrenheit, tiene soledad. Mucha soledad. La soledad no es la falta de compañía. Es la soledad del corazón. Pero Sidney no siente soledad. Ni miedo, allí, en el corazón del Ku-Klux-Kan, en el Mississipi alto y profundo, donde anida la sierpe del más feroz racismo. El detectivito del traje a la medida y exiguo sombrerito americano de los cincuenta no tiene miedo ni soledad. No importa el guion, me quedo con esa serena valentía de la soledad con grandeza de esa escena. Llega el obeso sheriff antes que el tren y da pie a la película. Al calor y a la humedad, se suma la noche, hecha de grillos y otras voces del bosque.

Sidney es la racionalidad, la ciencia, el orden, la serenidad, frente a la barbarie en apariencia de progreso y desarrollo de los White anglo saxon protestant, una barbarie de sheriff gordo y oficinas con higiene y confort. Es el San Jorge que va a liberar a la Princesa raptada, que no es otra que la misma libertad. El ya mencionado orondo poli de pueblo es el dragón; un dragón venido a menos, en la maraña del escalafón y la obediencia debida. La peli es una variante de ese mito. Todo son variantes de los mitos, mitos de todo tipo y origen.

A la escena del apeadero sureño contribuye no poco la canción de Quincy Jones, estirando las sílabas, casi habladas, como una gota de sudor que resbala por la piel. Yo aprendí entonces que heat era calor en inglés. Y ya lo supe para siempre. En la peli, claro, se impone la ley y el orden, pero si uno se fija, eso ya estaba vencido con la escena de Sidney en el apeadero sureño, dando miedo al miedo, e impasible frente a la gigantesca soledad de afuera del bosque de agosto en Alabama, o donde fuera.

Ya está.