A muchos hombres, cuando nos hacemos mayores, además de otras cosas que se nos van estropeando, se nos joroba la próstata. Aunque esta glándula forma parte del aparato reproductivo masculino ayudando a crear el semen, el líquido que contiene el esperma, casi nunca se tiene en cuenta o se cita cuando se habla de nuestras cosas mientras somos jóvenes. Sin embargo, hay otras partes de esa zona de nuestro cuerpo de las que se comienza a hablar desde cuando somos pequeños y que seguimos trayendo a colación durante toda nuestra vida, bien sea en exclamaciones ante el dolor repentino –un martillazo en un dedo, por ejemplo -, o en oraciones de todo tipo: imperativas, ‘tócate los …’, reflexivas, ‘no me sale de..’, etc., etc., y utilizando las decenas de apelativos que se les dan a esas distintas partes, como ‘pilila’, que es la única que voy a poner aquí, porque tampoco es este el sitio para escribir la lista, que tiene al menos 20 posibilidades.

Sin embargo, de la próstata no nos acordamos ningún hombre hasta que un día comenzamos a sentir ‘molestias’. Hablando claro, ya que me he metido en este berenjenal, tan delicado, lo que llamamos ‘molestias’ suele ser una incapacidad para orinar que puede aparecer como leve, menos leve, grave, gravísima o absolutamente jodida, en cuyo caso, hay que acudir a un centro especializado donde te meterán una sonda por ahí mismo y luego te pondrán un tapón y te mandarán a tu casa hasta que se te haga el estudio correspondiente.

No hace falta que les diga aquí a los hombres que puedan leer esto lo que supone para nosotros que algo tan nuestro, tan personal, tan apreciado por todos los hombres desde que éramos unos niñatos, ahora haya pasado a la condición de un grifo, sin más ambiciones en la vida. Y, por supuesto, está la cosa de someterte al trago de que una enfermera te meta la sonda, mirando aquello con cara de haberlas visto mejores en su vida, y con ausencia total de la más leve concupiscencia, lo cual te humilla más, si cabe, todavía.

Después comienzan las pruebas. La reina de ellas es sin duda ‘el tacto rectal’, la gran vejación, oiga. Cuando uno ve venir al médico poniéndose el guante y tú te encuentras en una posición de debilidad absoluta y sin ninguna posibilidad de defensa, realmente se pasa mal. Luego vienen otras experiencias que mejor no explico, pero sepan ustedes que a veces te meten por ahí una cámara de televisión, eso sí, sin trípode, pero que resulta una experiencia terrible.

Y el proceso continúa con tres posibles caminos: la pastilla, la radiación, o la cirugía, esta última a mano, o a máquina, con un robot que se han comprado que dicen que es lo mejor de lo mejor para las intervenciones de próstata. Un tanto por ciento bastante importante suele dar células malignas y parece que con la radio se está funcionando muy bien y es menos invasiva que el corta y abre. En cualquier caso, después de las intervenciones, algunos se quedan con pequeñas ‘molestias’, como la de tener que salir corriendo cuando vienen las ganas porque corre el peligro de no llegar a tiempo, y eso resulta muy humillante, de verdad. Los médicos también suelen recetar unas pastillas para evitar la producción de testosterona, que crean unos síntomas muy controvertidos, pues son iguales que los que sufren las mujeres con la menopausia, y ahí estamos los hombres con calores, bochornos y sudores, lo que no resulta nada grato.

Espero que este artículo resulte informativo para todos aquellos que sufren, han sufrido o sufrirán los problemas de próstata. La gran ventaja que tiene este mal es que te da cuando eres mayor, es decir, que es una garantía de que estás vivo a pesar de los años que llevas encima. Así que, a conllevarlo.