El debate sobre las macrogranjas, vigente incluso ya antes de las declaraciones sobre este tema del ministro de Comercio, resulta enormemente interesante y oportuno. También resulta sorprendente la virulencia de los ataques recibidos por el ministro, sin duda con un trasfondo más político y electoral que técnico o de reflexión.

El tema de la ganadería hiperindustrailizada preocupa en todos los sitios y con protagonistas de todo el espectro político. En Alemania el Gobierno ha declarado que luchará contra ‘el precio basura’ que las macrogranjas imponen en el mercado cárnico; en Francia las asociaciones de ganaderos son las que más empujan al gobierno de Emmanuel Macron a legislar para impedir explotaciones de tamaños inmensos; en Holanda el ministerio de Agricultura subvenciona la clausura voluntaria de grandes granjas, y a nivel de la Unión Europea la directiva «De la Granja a la Mesa» marca una clara prioridad continental hacia la ganadería extensiva.

En nuestro país, el ministerio de Agricultura, así como Comunidades autónomas de muy distinto signo político, están trabajando sobre la regulación de la ganadería intensiva. Por toda España, sobre todo por toda la España más rural y ‘vaciada’, cientos de municipios, asociaciones de agricultores y ganaderos, plataformas y ciudadanos intentan ponerle freno. En la Región de Murcia, entre otras, la macrogranja del entorno del Arabí es fuertemente contestada por el conjunto de los grupos municipales del Ayuntamiento, por los yeclanos en su práctica unanimidad y por el propio Gobierno regional.

Es momento ya de poner sensatez a la ganadería hiperindustrial. Los perjuicios demostrados de estas inmensas instalaciones son muy evidentes. Se conocen los problemas de contaminación que acarrean o las molestias a los vecinos de las instalaciones, pero también se va abriendo paso en la información los problemas estructurales que para el propio sector cárnico acarrean estas instalaciones masivas que consumen, con economía de escala, pienso sudamericano tan barato que consiguen tirar los precios de la carne destrozando de esta manera las expectativas de rentabilidad de los ganaderos extensivos y, atención, también de la gran mayoría de ganaderos intensivos que mantienen tamaños y escalas de producción más razonables. Defender ‘el agro’ es también apostar por una ganadería que no tenga la escala y que no genere los problemas de esta exacerbada ganadería hiperindustrial.

Y el escenario de pandemia y postpandemia también nos debería hacer reflexionar sobre esta producción ganadera masificada. La OMS, en su enfoque ‘One Health’, ya ha demostrado que producción industrial es la causa principal de la propagación de nuevas patologías transmitidas por animales a los seres humanos. Las condiciones de hacinamiento en las macro-granjas convierten a cada animal en producción en una especie de laboratorio de mutaciones víricas susceptible de provocar nuevas enfermedades.

Mientras tanto, la imposición del modelo industrial de la ganadería intensiva es una realidad en todo el mundo, sustituyendo el sistema histórico de pequeñas y medianas granjas familiares.