La lealtad es una virtud. La libertad un derecho. Se dice que una persona es leal cuando inspira confianza, es creíble, transmite coherencia, constancia y etica.

La lealtad es una virtud que poseen algunos humanos, no todos, y sólo unos pocos cuando de lealtad política se trata. Gusta más ser disciplinado (vota, calla y cobra), aunque la disciplina debiera quedar casi en exclusiva al Ejército.

La lealtad entendida desde el poder político rara vez se concibe, en esencia, como recíproca, de abajo a arriba y de arriba a abajo. Cuando esa errónea interpretación de lealtad política (disciplina) se pone en práctica por los poderes establecidos la virtud permuta en vicio, la autoridad, la fuerza moral, en simple poder y éste en abuso de poder o despotismo. La libertad es un derecho humano básico que reside en la facultad de las personas para elegir responsablemente su propia forma de actuar dentro de una sociedad.

En la actualidad, especialmente en las sociedades democráticas, con sus luces y sombras, la libertad es un derecho que todos los seres humanos poseen para desarrollarse como personas respetando las leyes y el derecho ajeno.

Dicho lo anterior, en días próximos pasados hemos asistido a dos acontecimientos de suma relevancia política: las manifestaciones del alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y del ministro de Consumo, Alberto Garzón, les han colocado en una situación muy comprometida y situado a sus jefes, Casado y Sánchez, respectivamente, en una posición igualmente difícil. Y es que libertad y lealtad no tienen porqué estar reñidas, pero en política todo es posible, y en España más.

El alcalde podía o no otorgar el título de Hija Predilecta de Madrid a doña Almudena Grandes (q.e.p.d.); podía, como expuso, escudarse de cara a los suyos en la necesidad de sacar los presupuestos municipales adelante, o podía haberlos prorrogado. Lo que no podía, como ha hecho, es tomar la decisión un día encumbrando a la escritora y desprestigiarla al siguiente.

El señor alcalde era libre para tomar la decisión que adoptó, y hasta, en un requiebro como escape, haber argumentado lealtad con el pueblo madrileño para sacar adelante el nuevo presupuesto, pero de ninguna manera razonar, como hizo después, que la toma de sus decisiones lo fueron, de una parte, con total ausencia de libertad (sic), y de otra, con absoluto despreció a la coherencia y credibilidad que se le suponía, por mero desconocimiento de la virtud de la lealtad.

El señor ministro de Consumo utilizó para consumo propio su aterrizaje en The Guardian. Cada vez es más famoso. Hablan de el sus compañeros de Gobierno, su presidente, Pedro Sánchez, la inmensa mayoría de los presidentes autonómicos, los dueños de las grandes, medianas y pequeñas granjas de animales y hasta la oposición, así como los miles de votantes que han sido convocados a las urnas el día 13 de febrero en Castilla y León. Ni la Pedroche consiguió tanta audiencia el día de Nochevieja.

No es para menos, el hasta ahora desapercibido Ministro de Consumo fue a por lana y salió trasquilado, puso un huevo en Europa y ha engorrinado al Consejo de Ministros español. Diga ahora lo que diga en su descargo, su ‘viaje’ a The Guardián se asemeja al viaje de la zorra a Escombreras que por motivos de mero pudor no relato (pregunten en Cartagena y su comarca). El señor ministro lo ha clavado.

Garzón y Almeida, Almeida y Garzón, monta tanto, tanto monta, no pasan buenas horas, pero en su haber y sin proponérselo, han conseguido, respectivamente, hundir definitivamente al gobierno multicolor y dejar sin candidatura alternativa a Génova frente a Sol, propiciando lo que parecía imposible, que la presidenta madrileña y el secretario general del PP se reúnan libremente a desayunar, como no, en la Plaza de la Lealtad de la capital del Reino, y es que en España las cosas no pasan por casualidad.