Una acertada elección la de Concha López Soler, pues nuestro artista de Blanca destaca en el panorama internacional especialmente en la técnica de la acuarela, de la que es indiscutible maestro. Doy fe de ello cuando en la facultad de Bellas Artes de Valencia lo ponen de ejemplo a los alumnos; mi hija Beatriz me lo contó en su día con alegría de paisanaje.

Y es que crear atmósfera con este procedimiento no es cosa sencilla. Pedro Cano lo consigue con un don innato, haciendo delicados sfumatos, propios de la pintura al óleo, en los que casi podemos adentrarnos y respirar el aroma de los limoneros y las rosas, entretenernos en observar las partículas doradas del polvo en suspensión entre la hojarasca o pasear despacio hacia el horizonte de esos paisajes, envueltos en brumas, que arcanos nos invitan a descubrirlos.

Encuentro una entrevista al autor, de fecha desconocida en la revista digital Magma y una frase me parece esclarecedora de su forma de ver aquello que inspira su obra: «Yo intento mirar con ojos de mucho afecto cosas a las que mucha gente no le da importancia».

De eso estoy segura. Su exquisita sensibilidad hacia lo que de común se nos hace casi invisible eleva a la categoría de obra de arte lo sencillo: una flor, una puerta, una granada…

Pero de entre todas sus colecciones temáticas destaco una, la que a mi más me fascina por su fuente de inspiración, Las ciudades invisibles, basada en la lectura de su homónimo libro escrito por Italo Calvino. Personalmente, creo que nadie como Cano podía dar forma más acertadamente a las imaginadas descripciones de aquellas fantásticas ciudades que Calvino puso en boca de Marco Polo, maravillosas descripciones y espléndidas imágenes que, a todo el que no haya podido hasta ahora leer y ver o viceversa, invito a disfrutar en su lectura y contemplación, esta última en la exposición permanente de la Fundación que lleva su nombre en Blanca, y tanto da el orden de como lo haga, lo disfrutará.

En estos momentos, aunque se trate de obra en óleo, puede verse la exposición Identidad en tránsito, hasta el 2 de febrero, en la Sala de Bóvedas de la Casa de la Panadería (Plaza Mayor, Madrid), que ya se ha expuesto en varias ciudades de Italia y en Murcia. Anónimos personajes, de los que solo vemos su espalda, nos invitan a interrogarnos sobre su historia personal. Con ella Pedro Cano pretende acercar al visitante al drama de la migración masiva, un drama que agitó su humanidad en el verano de 1991, cuando fue testigo de la llegada masiva de migrantes albaneses a la ciudad italiana de Bari. Tema dolorosamente candente todavía.

De modo que hoy y para siempre la obra de Pedro Cano queda preservada en nuestra Cápsula del Tiempo, aunque animo a que mejor visiten la Fundación en Blanca y la conozcan en vivo y en directo. Con un poco de suerte hasta puede que coincidan con el artista, una persona amable y cercana, siempre dispuesto a dedicarnos unas palabras con las que disfrutar aún más de la exposición permanente.