Un chascarrillo corre desde hace décadas entre diplomáticos y periodistas: «¿Por qué no hay golpes de Estado en EE UU? Respuesta: porque no tienen embajada estadounidense». Se trata de una broma con base real. Desde legaciones diplomáticas norteamericanas se han organizado derrocamientos, asesinatos y contrarrevoluciones. El historial delictivo incluye Irán, Indonesia, Chile, Argentina, Nicaragua, Brasil y Guatemala, entre otros.

Esta gracia dejó de ser efectiva el 6 de enero de 2021, día del asalto al Congreso de EE UU por una turba de exaltados que defendían la tesis conspiranoica de Donald Trump de que le habían robado las elecciones. Detrás de los disfraces y cornamentas está el hecho de que se trató de un acto violento para impedir la proclamación de Joe Biden como presidente. Por decirlo más claro: fue un intento de golpe de Estado.

El Congreso investiga desde hace meses lo ocurrido para delimitar las responsabilidades de los distintos actores políticos, sobre todo la de Trump y sus asesores. No fue posible pactar una comisión independiente, como la del 11-S o la del asesinato de John Kennedy. Los republicanos tratan de boicotear los trabajos para reducir el valor de sus conclusiones. Todo entra en la corriente de moda de los ‘hechos alternativos’: la reinterpretación del pasado en beneficio propio. Sus motores son las redes sociales y la incultura general.

Las opciones de Trump en 2024. La clave de esos trabajos es dilucidar si Trump organizó, inspiró o alentó al ataque al Congreso, si fue consciente de su gravedad, y si trató de pararlo. En el envite se juega sus opciones de ser candidato en 2024. No tengan demasiadas esperanzas. Recuerden a Trump en 2016: «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos».

La portada de esta semana de la revista británica The Economist, una de las biblias liberales, es demoledora. Titula: «Marchándose». El dibujo que acompaña representa al templo griego de la democracia, sus dos últimas columnas se han convertido en las patas traseras de un elefante que se va. El elefante es el símbolo del Partido Republicano. Se marcha de la democracia.

Tres generales estadounidenses retirados han alertado en un artículo en The Washington Post del riesgo de otra insurrección en las presidenciales de 2024 con presencia de militares. La toxicidad del trumpismo también ha penetrado en los cuarteles. La retirada de Afganistán ha dejado heridas. Aunque el compromiso de salir del país procede de Trump, lo que queda en la retina son las caóticas escenas del aeropuerto de Kabul, algo que cae en el debe de Biden.

La batalla se libra sobre todo en las palabras. En una encuesta realizada por la Universidad de Massachusetts, citada por el diario The Guardian, el 80% de los republicanos califican el asalto al Congreso de 2021 de ‘protesta’; un 62% asegura que los atacantes eran ‘manifestantes’. Más grave: el 30% culpa de la insurrección a los demócratas y el 20% compró el bulo de que los violentos eran antifascistas disfrazados de trumpistas.

El terreno está preparado para que una nueva generación de líderes ultraconservadores y muy jóvenes se haga con puestos clave del Partido Republicano en las legislativas de este año. A esta deriva republicana, similar a la de amplios sectores del PP con Díaz Ayuso y Casado, hay que sumar los grupos armados de la extrema derecha. La mayoría no han sido desmantelados. Biden creyó en estos meses que si dejaba de mencionar el nombre de Trump desaparecía la amenaza. La política exige inteligencia y mancharse de polvo los zapatos.

El amparo del Supremo. La guerra contra las vacunas y las mascarillas en nombre de la libertad individual es parte del juego de deslegitimación del Estado. Lo mismo que la campaña contra las leyes del aborto y los movimientos para privar del derecho de voto a millones de ciudadanos. Hay 440 proyectos de ley en marcha destinados a reducir el acceso al voto electrónico que afecta a las minorías y a las clases más desfavorecidas. Todo esto amparado por un Tribunal Supremo de mayoría conservadora en el que Trump infiltró a tres jueces afines.

Varios institutos prestigiosos de análisis político han advertido de la posibilidad de que EE UU termine gobernado por un dictador de extrema derecha antes de 2030. Si les parece una exageración vuelvan a ver las imágenes del asalto. Ha transcurrido un año y lo único tangible es el burdo intento de manipulación de lo ocurrido: hemos pasado de un grave atentado a la democracia promovido por la extrema derecha a un picnic de patriotas maltratados.