Se acabó la Navidad y con ella lo de ser mejores, el amor, la ilusión, ya podemos oficialmente volver a la vida real y ser unos hijos de Putin y menos mal. Ha comenzado un nuevo año sin defraudar, no sé si se han dado cuenta que la llegada de sus majestades los Reyes este año ha sido especialmente accidentada: los que llegaron por mar volcando su zodiac al impacto de una ola, Reyes desnucándose cayendo de la silla o del camello... Creo firmemente que nos han lanzado señales de lo que se nos viene encima en este 2022; yo, por si acaso, estaría alerta. Y vaya desde aquí mi mención especial a la cabalgata de Cádiz, su oso perjudicado y princesas Disney, después de salir de la discoteca Fabrik, que nos han arrancado carcajadas necesarias, y que ¡viva Cai!, aunque lo siento por las chirigotas, les veo cambiando coplas a un mes escaso del concurso del Falla, porque sin duda merecen mención y honores. 

Que la actualidad política ha empezado igual que acabó, ni cotiza, más de lo mismo, bulos y más bulos, la pandemia disparada y un debate inútil que sigue incendiando y arengando las hordas de hooligans en uno y otro lado, así que por el momento me bajo de este discurso y de darle pábulo al ruido, y en un giro de guion, que no esperan al más puro estilo 2020 y 2021, hoy vengo a abrir un melón no apto para puritanos. 

A lo largo de la historia el ser humano ha mutado en el complejo mundo de relacionarse. Centrándome en la heterosexualidad, campo que domino, la evolución con los años da un poco de repelús, hemos pasado del guateque de nuestros padres y los brazos con los codos doblados para marcar distancia de nuestras madres a sus pretendientes bailando agarrao, a recibir sin pedirlas en pleno siglo XXI fotocimbeles, fotopenes o lo que ustedes están pensando en su cabeza mientras me leen y que yo por decoro no escribiré, por ahora. 

Hay juegos por escapar de la rutina, porque una cosa lleva a la otra, porque esta pandemia nos ha alejado de personas que nos gustan, por las que nos sentimos atraídas y surge, siendo un juego compartido por ambas partes, me declaro a favor del sexting adulto dentro de estos nuevos hábitos de conducta, como forma de relacionarnos. Pero cuando te llega semejante falo rosado peludo y erecto porque sí, discúlpenme pero no nos gusta, y creo que hablo por un amplio número de mujeres. Hablar con libertad de sexo no significa que pueden enseñarnos algo que no hemos pedido, aunque en su cabeza suene espectacular. ¿Por qué lo hacen? No me quiero poner seria en el día del Señor, prefiero remitirles a la intervención de Loreto Arenillas, diputada por Más Madrid, que habla claramente de violencia digital, el que en muchos casos recibimos muchas de nosotras y que debe parar. Por no hablar de fotos íntimas que se filtran y corren por grupos para reírse o exhibir las intimidades de adolescentes que son luego amenazadas y acosadas, y cuyas consecuencias pueden ser irreversibles.

No vi venir el falocentrismo del hetero que concentra la seducción en su masculinidad con una torpeza pueril, que para colmo nos genera, hablo por mí, una incomodidad que no tengo por qué sentir. Porque todas en algún momento a través de redes hemos recibido una fotopolla de un desconocido, o de alguien con quien hablas sin intención nada más que de ser amable.. Pero si insisten en querer fotografiar su pene, háganse un favor y vean el tercer capítulo de la segunda temporada de Euphoria, la serie de HBO en que el personaje que interpreta la actriz Zendaya da una masterclass de cómo hacer una foto aceptable de tu pene.

Pero en mi opinión, jueguen, cúrrenselo un poquito, seducir mentes es mucho más atractivo y efectivo, créanme, y sobre todo aunque nos sacuda una sexta o décima ola, mirarse a los ojos y meterse mano es mucho más atractivo y divertido, suelten el móvil, siempre mejor en persona. Unzu consejo.