Una de las formas más clásicas de pleitesía es el homenaje. En la Edad Media era un acto ceremonial que implicaba un pacto cuasi contractual de vasallaje o servidumbre en la que el señor recibía la fidelidad del vasallo o el siervo a cambio de su protección política, social y jurídica. Francis Ford Coppola nos presenta en El Padrino una evolución de este ritual cuando Vito Corleone, el Don, recibe el tributo -o la petición- de de cada uno de sus protegidos. 

La globalización y la comunicación instantánea transforman la liturgia, imponen nuevas fórmulas y singulares juramentos. Verbigracia, la pugna entre el indescriptible Casado y la inefable Ayuso sobre las cenas de Navidad: el primero ordenó la supresión de las celebraciones, la madrileña le rebatió que era una afrenta al libre comercio y a la sufrida hostelería. Se sucedieron entonces una serie de declaraciones de los barones del partido que muestran sutilmente la sumisión al macho alfa. Prestos saltaron a la palestra el castellano leonés, Fernández Mañueco, y el murciano, López Miras. El primero, comedido, dijo que si estaban prohibidas en su comunidad, no tenía sentido hacer una excepción con las del partido. Luego convocó elecciones anticipadas en su comunidad, siguiendo la orden de Teodoro Egea a la voz de vamos a ganar todas las elecciones. El murciano, excesivo, hiperbólico, verborrágico, declaró que si se contagiara, no podría ser libre, ni seguir ejerciendo la libertad que le permite ser murciano.  

Los exégetas del preclaro mantienen opiniones discrepantes sobre el significado exacto de sus palabras: ¿Quería decir que es libre porque es murciano o que es murciano por elección propia? Igual es de Bilbao y puede nacer donde quiera. En el debate, los prebostes con sus togas ribeteadas con tinte bizantino, confirman que vivimos en un paraíso de la libertad, donde el marco incomparable del Mar Menor inspira los juegos florales bucólico pastoriles con sutiles remembranzas a Geórgicas virgilianas.

La actitud del egregio caudillo huertano recuerda al relato de Fernando Pessoa El banquero anarquista, una aguda sátira política sobre cuestiones candentes en tiempos revolucionarios. En el debate sobre libertad e igualdad, entre individuo y colectividad, que presidía las grandes cumbres del movimiento obrero, entre la primera y la tercera internacional, el protagonista de la novela reflexiona sobre cómo alcanzar la utopía, después de una activa militancia. Los socialistas sacrificaban todo a la consecución de la igualdad, mientras los comunistas pretendían llegar a la sociedad sin Estado a través del paso intermedio de la dictadura del proletariado. Pero este tránsito era conceptualmente una contradicción con el objetivo final. Los anarquistas, en su utópico propósito, también marcaban directrices que no casaban con el espíritu libertario. En estas disquisiciones, el protagonista llega a la conclusión de que la única libertad posible es la del individuo y, al no poderse lograr mediante la emancipación colectiva de las clases oprimidas, la única solución era conseguir la suya personal. Para ello no debía depender de los demás. Cuanto más dinero poseas, más libre serás, fue la conclusión del protagonista, que terminó siendo acaudalado banquero. El dinero traspasa fronteras, levanta barreras y minimiza limitaciones, de manera que un usurero despiadado es libérrimo en esencia pura. 

Pero nuestro querido presidente no puede aceptar los trillados caminos que, siquiera en la ficción, ha trazado otro. El suyo es único, diferente de todos, semejante a ninguno. La libertad del banquero es acaparadora, cumulativa, pero él piensa en la libertad del ciudadano, y puesto que es el primer ciudadano de la Región, la libertad absoluta es la suya y lo demuestra con su libertad de expresión. Que los índices de contagio son bajos, porque lo estamos haciendo muy bien, no porque no se hagan pruebas. Pero cuando los test están disponibles en las farmacias, el número de contagios crece exponencialmente al mismo ritmo que aumentan los análisis de antígenos. Es lo que tienen las matemáticas, que no perdonan. 

Que alguien monta una moción de censura, pues hacemos uso de la libertad de nombrar consejeros para que los conspiradores hagan uso de la suya desdiciéndose de la palabra dada. Es libertad contractual, no transfuguismo. Que los fondos que dedicamos a nuestros programas presupuestarios son de la UE o del Estado, los presentamos como propios pues es la libre circulación del capital. Que estamos endeudados hasta las cejas, será porque estamos libres de impuestos como el de sucesiones; decimos que hemos liberado a los murcianos de pagar varios millones de euros, cuando sólo eximimos a los grandes patrimonios, que eran los que pagaban. Luego pedimos la revisión de la financiación autonómica, pero esa es la libertad pedigüeña y mendicante.  

Instaurado en su silla curul, sin deber nada a nadie, pues su nombramiento fue libertad digital (la designación a dedo por su antecesor), el ejercicio del poder se convierte en práctica libertaria. Puede decir lo que quiera, que a nadie rendirá cuentas. Puede decir que el Gobierno del Estado tiene la culpa de todos sus incumplimientos, pues basta reconocer su incompetencia en la materia, bajo la excusa de que no le han sido transferidas las habilidades competenciales (entiéndase, las transferencias estatutarias). Y si alguien osara replicar que las tiene conferidas por el propio Estatuto aprobado en las Cortes, pues él lo retira del debate parlamentario, porque lo que se pide con liberalidad, con la misma se desiste.

Si alguien pensara que estamos sometidos, se equivoca, pues el homenaje, vasallaje o pleitesía tributaria, es siempre un ejercicio de libertad, la del siervo con el señor. Así nos va, porque lo hemos querido.