Hace unos días, todos hemos despedido el año. En el pueblo donde nació, también a él le han despedido para siempre. Por su profesión, le conocían como Juan el médico. Pero por todo lo demás, a quien han dicho adiós ha sido a una buena persona.

Como es natural cuando uno acaba de morirse, toda clase de atributos adornaban al difunto al tiempo de conocerse la noticia. Es una realidad contrastada que todos subimos un nivel el día que pasamos a mejor vida. Pero hay detalles que adornan a algunos más que al resto, y que ciertos matices les hacen dignos de otro respeto.

En sus años mozos, y también en sus tiempos de estudiante universitario, Juan el médico era vecino de mi suegro. El otro día me contaba cómo no sé qué ventana, quedaba justo enfrente de la ventana del cuarto de Juan, y cómo cada vez que se asomaba era raro no verle, siempre clavado, con sus libros, en su mesa de estudio.

Pero ese detalle, al fin y al cabo, no es extraordinario: yo no conozco a ningún médico, ni joven ni viejo, que no haya desgastado sillas y mesas en sus años de estudio. Lo verdaderamente sorprendente para mí fue el hecho de que, aunque era aún joven y falleció prematuramente, había previsto donar todos sus órganos, y eso que nada hacía presagiar que le hubiera llegado su hora.

Es verdad que en España somos pioneros, a nivel mundial, en número de trasplantes. Y que eso, a su vez, hace que seamos líderes en técnicas y en profesionales. Y todo eso junto, obviamente, es un orgullo. Pero lo cierto es que esos logros no serían posibles si en España no hubiese tantas y tantas personas anónimas, como Juan el médico, que donan sus órganos de forma altruista y generosa. Cuando uno es consciente de que la decisión de una sola persona de donar sus órganos puede ser la única oportunidad, para al menos otras seis personas, de volver a tener la vida por delante, la perspectiva de hacerte donante de órganos cambia. Es increíble que las vidas de esas personas pendan del hilo de encontrar un órgano vital nuevo, que sea compatible con ellos.

Este hombre, Juan el médico, ya ha dejado este mundo. Pero con su generosidad, a su vez ha hecho tener una vida mejor, aquí abajo en la tierra, a los que hayan recibido su corazón, sus pulmones, sus riñones, y si era lo suficientemente grande, alguna porción de hígado. A otro u otros afortunados, también les habrá devuelto la vista. Lo creas o no, es una bonita forma de seguir vivo en este mundo.

Y desde luego, para los receptores, habrá sido el mejor regalo de Reyes.