Para Joaquín Zamora es especial este libro de José Vicente Mateo, testimonio de una Murcia, que es su sencillo título, Región espléndidamente captada en blanco y negro por el fotógrafo Francesc Catalá en la década de los 60, mostrando unas imágenes para el recuerdo de los que ya entonces andábamos por aquí y que sin duda sorprenderán a los más jóvenes.

La editorial Destino de Barcelona había encargado a José Vicente Mateo Navarro (Jumilla, 1931 - 2001) los textos para la publicación de esta guía, no de bolsillo precisamente, que en 575 páginas va recorriendo toda la geografía regional cuando esta aún no era autonómica, por lo que incluía a nuestra vecina provincia de Albacete. Este escritor autodidacta, de profesión empleado de banca, activo y polémico político de izquierdas, fue una persona muy concienciada por el patrimonio cultural, siendo uno de los fundadores y presidente del Club de Amigos de la Unesco de Alicante, de ahí la riqueza descriptiva de todo lo que la región ofrecía en cuanto a patrimonio material, paisajístico y etnológico.

Caravaca de la Cruz, 1968. Joaquín Zamora

Pero al amigo Joaquín lo que le interesa de verdad, como era de esperar, son esas imágenes maravillosas salidas del certero encuadre de Francesc Catalá Roca (Valls, Tarragona, 1922 - Barcelona, 1998), que fue Premio Nacional de Artes Plásticas por aunar una técnica depurada con su capacidad de captar la cotidianidad y elevarla a la categoría de obra de arte. El reconocido fotógrafo documentalista comentó tiempo después esta frase, que puede leerse en una de las paredes de la Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes: «Me di cuenta de que estaba siendo testigo de cosas que desaparecerían rápidamente, lo presentía: al cabo de cinco años ya no habría podido hacer estas fotografías».

Y estaba en lo cierto, puede que ese presentimiento le hiciera seleccionar hábilmente el tema y los detalles narrativos, ese ’aquí’ y ‘ahora’ que hacen tan valiosas las imágenes ilustrativas de esa Murcia de cincuenta años atrás. En este caso bien podemos decir que una imagen vale más que mil palabras, aunque si se complementa con las palabras, la narración es mucho más comprensible para el joven lector.

Para terminar de redondear esta edición, la primera y no sé si la única, del año 1971 la cubre portada tiene el atractivo de una colorida acuarela de Frederic Lloveras, en la que una vista elevada sobre el Santuario de la Fuensanta permite vislumbrar la verde y escasamente construida entonces huerta a sus pies.

Guardemos en la Cápsula este legado de un tiempo que para algunos aún perdura en la memoria.

¡¡Feliz 2022¡¡