Un hábito muy saludable es callarse. Compatible con el brócoli. No se lo estoy exigiendo a los demás, me lo estoy exigiendo a mí mismo. Es uno de mis íntimos propósitos para este año que empiezo. Tengo más. Tengo un saco. No pienso cumplir ninguno. Con el tiempo aprendí a decepcionarme. Las vidas perfectas son aquellas que, contadas, nos resultan absurdas, caóticas y deslavazadas. Las vidas perfectas son aquellas que, vistas hacia atrás, se asemejan al mundo garabateado que imaginábamos de niños. Como un mal actor, soy incapaz de memorizar el guion, cuando me quedo en blanco, improviso con hondura. Esto da alguna frase memorable pero, sobre todo, incómodos balbuceos. Está bien. Somos jóvenes, aunque sea piel adentro. Está el amor, su ritmo furioso. Están las calles, concupiscentes y ambarinas. Estamos nosotros. Amanecerá cada día excepto uno. Y antes de que llegue ese instante último, hay que mostrar al sol las cicatrices; esos tachones crudos, esos surcos que abrieron en nuestro corazón los bueyes de niebla.

No tengo Netflix pero tengo una terraza. Suceden cosas todo el rato. La belleza siempre es inesperada. Quizá ese deba ser nuestro propósito más férreo: que el mundo continúe con su vagar precioso. Que el miedo no interrumpa nuestras travesías erráticas. Estamos cansados. Es parte del viaje. Como el crujir de la madera o la voracidad azul del horizonte. Es parte del viaje también esta tristeza súbita. Siempre hay motivos pero nunca hay motivos. Igual que cuando nos escayolan un brazo empezamos a cruzarnos con gente con el brazo escayolado, cuando la amargura acampa en nuestros labios, la pena deviene en multitud. Y todos caemos, de repente, en un abismo que no es negro sino púrpura, que es el color de la parcela enfurecida que se extiende bajo tus ojos cuando las cosas nos vienen mal dadas. Esa vasta extensión en la que mi amor teme adentrarse. Donde manda un príncipe caprichoso, valga la redundancia. Un regente oscuro y desmemoriado. Un manto nocturno, un cetro de luna ausente.

Os deseo un 2022 radiante. Que el dolor no lo devore todo. Que la luz, tan flaquita a veces, no se desmaye sobre la lona. Que los días sigan siendo largos, que los niños os pintarrajeen el sofá, que todo lo que os pese se vuelva liviano, que se eleven los años como globos huérfanos de una mano infantil, que batalle el deseo en vuestras entrañas, que se rompan las copas y se compren más. Que ardamos sin consumirnos. Que los reyes de lo pequeño no asalten nuestras templadas fortalezas. Que el mar sólo celebre las partidas. 

Y que el amor, como la fruta, os manche los dedos.