No es fácil hacer el ejercicio de fijar las expectativas de España en este año que ahora empieza. Como he escuchado decir a Felipe González, en este momento la única certidumbre es la incertidumbre. En efecto, el 2022 arranca con más dudas que certezas y con la impresión generalizada de que caminamos sobre arenas movedizas tanto en el terreno económico como en el político y también con respecto a algo tan determinante como la salud pública. 

La pandemia de covid-19 está suponiendo un durísimo golpe para el conjunto de los países del mundo y ha puesto de relieve, como pocas veces antes, los enormes desequilibrios que existen tanto a nivel nacional como internacional. Tanto es así que cabe afirmar que no veremos la luz al final del túnel hasta que todo el planeta se haya inmunizado frente al virus. Solo cuando la crisis pandémica se convierta en endémica podremos hablar de una recuperación económica y social consistente. 

España, a causa de su estructura productiva, de las debilidades de nuestro mercado laboral, y por nuestra casi total dependencia energética está pagando una enorme factura derivada del covid-19. Afortunadamente el Plan de Vacunación ha funcionado mucho mejor que en la mayoría de los países de nuestro entorno pero, como hemos comprobado tras la extensión de la nueva variante Ómicron, seguimos siendo vulnerables, no podemos eludir las medidas de protección y gran parte de nuestra economía sigue padeciendo las consecuencias (turismo, comercio, cadenas de suministro, etc.). 

A partir de este 2022 que ahora inauguramos habrá que estar atentos a muchos factores que deberían despejar, o acabar de complicar, el panorama nacional y europeo. Los fondos movilizados por la Unión Europea (NGUE, en sus siglas en inglés) y puestos a disposición de los Estados miembros deben servir para la recuperación de nuestras economías o mejor dicho para la transformación de las mismas. 

Nos jugamos llegar a tiempo, esta vez sí, a lo que muchos economistas llaman la cuarta revolución industrial: digital, verde y justa

En el caso de España, nos jugamos llegar a tiempo, esta vez sí, a lo que muchos economistas llaman la cuarta revolución industrial: digital, verde y justa. Disponemos del mayor paquete de estímulo jamás financiado en Europa. De la capacidad que tengamos para ejecutar eficazmente los fondos NGUE depende, en gran medida, el porvenir de nuestro país. Por el camino será necesario abordar el precio del mercado europeo del gas, ya que su evolución es clave para determinar la curva inflacionista. El incremento de la inflación que parecía transitorio empieza a preocupar a todos los responsables políticos y económicos de España y de la UE, pero sobre todo a los ciudadanos cuyas rentas se ven gravemente afectadas por la subida de los precios. 

También en los próximos meses deben ver la luz algunas reformas decisivas para nuestro país; la reforma laboral, la del sistema de pensiones, así como las nuevas reglas fiscales nacionales y europeas. Quedan muchas incógnitas y tareas fundamentales de las que ocuparse: las desigualdades que la pandemia ha incrementado, la pobreza y la precariedad, la salud psicológica y social… 

Y entre todas las claves aparece la necesidad de combatir otra peligrosa pandemia que se va instalando en el conjunto de la sociedad pero particularmente entre la gente más joven: la apatía y la desafección política, un verdadero reto para la democracia y para el futuro.