Es tiempo de coleccionables, de propósitos de año, de empezar una dieta; es tiempo de ver las ofertas de los gimnasios más cercanos, de apuntarse a inglés, plantearse llevar una vida más saludable y todas esas chorradas que pensamos los primeros de año y que acaban en dinero perdido en la matrícula del gimnasio. Va a pasar, asúmanlo. Al margen de los propósitos que no van a llegar, no sé si han hecho su resumen del año, pero aquí va el mío.

Faltan muy pocos días para que se cumpla un año del asalto al Capitolio. Aún recuerdo sin salir de mi asombro aquellas horas en las que vimos a través de la televisión cómo una pandilla de descerebrados arengados por el perdedor de las elecciones, Donald Trump, que no asumió su derrota ante Biden. Escasos días más tarde llegó Filomena. Me quedé sepultada por la nieve en el tejado, y sin pala debajo de la cama. Errejón puso encima de la mesa la salud mental, para risas de otros. Murcia sacudió la política del país con una moción de censura fallida que llevó a tránsfugas a gobernar y a hacernos vivir día tras día un bochorno constante. Hemos sido testigos del nacimiento como líder de Díaz Ayuso, arrasando en unas elecciones de Madrid, para desgracia de Pablo y Teo. Tras los grupos de riesgo, llega la vacunación masiva, orgullo de la Sanidad pública. Iglesias dejó la política, sufrimos la mayor crisis migratoria de los últimos años en Ceuta, los talibanes volvieron a Afganistán y el volcán de La Palma dijo aquí estoy yo.

Esto es a grandes pinceladas lo que ha ocurrido en nuestro país en este año que acabamos de despedir. El guionista, un año más, no nos ha defraudado.

¿Pero saben con lo que me quedo? Me quedo con que el Atleti ganó la Liga; conocí a Antonio Agredano en una prórroga de España en la Eurocopa una tarde de verano; con que me puse muy triste el día que Franco Battiato y La Carrá nos dijeron ciao para siempre. Y también la tristeza de cuando murió Samuel al grito, por sus asesinos, de maricón, en un año en el que los delitos de odio y agresiones se han multiplicado. Me quedo con el abrazo que Luna dio a Abdou en Ceuta; me quedo con el homenaje a Jean Paul Belmondo en Francia: qué dignidad y orgullo sienten por la cultura en ese país. Me quedo con la pérdida de Charlie Watters, batería de los Rolling; me quedo con el amor por el Mar Menor del colectivo ciudadano que hará posible que nuestro mar se pueda defender; me quedo con el nuevo disco de Vetusta Morla, y el éxito de La Infamia, obra de teatro que este año no se pueden perder. Me quedo con El año del Descubrimiento y los goyas de Luis López Carrasco y Sergio Jimenez. Me quedo con la mesa en la que acompañé a Íñigo Errejón en Murcia para hablar de «Lo importante», gracias a Más Región. Me quedo con mis ratos con Pilar y Koldo hablando de política y la vida. Me quedo con los días en la Plaza de los Patos; me quedo con el profundo amor que siente Luis García Montero por Almudena Grandes. Me quedo con haber vuelto a bailar rodeada de los de siempre, me quedo con las personas que han llegado a mi vida para quedarse, me quedo con las amistades sinceras que permanecen y se afianzan, me quedo con la sonrisa que siempre me sacaba Antonio Gasset y sus brillantes comentarios en Días de cine. Me quedo con una frase de Antonio Escohotado:«No hay malas drogas, hay malos usos”». Me quedo con la palabra del año, vacuna. Me quedo con la fuerza de mi familia para seguir adelante.

Me quedo con que mi sobrino con una discapacidad me coja de la mano y se sienta seguro a mi lado. Me quedo con los abrazos de Elena.

Con todo esto me quedo, y le digo al 2022 que voy con todo, esto acaba de empezar, no sé si al final llegará el meteorito o los marcianos pero me gustan los pares y este año, prometer, promete.