Wendy! ¿Dónde estas? ¡Wendy!. Así llevo toda la mañana: encerrada, creyendo que soy Jack encerrado en el hotel de El Resplandor… y buscando a Wendy para hacerle de todo menos cosquillas. ¡Wendyyy! He marcado varias veces el teléfono de Stanley Kubrick, pero no contesta. Siempre fue hombre de pocos diálogos. Es para proponerle grabar una nueva versión de su obra de arte. Creo que puedo ser perfecta para recoger el relevo del gran Jack Nicholson y poner en escena una nueva imagen de la locura. A lo largo de la historia la locura siempre ha estado presente y los grandes artistas, lo genios de la época, han sabido dejar huella de ella. Hasta Dios a través de Jesucristo. Lo hicieron Dalí, Cervantes, Miguel Ángel e incluso Federico García Lorca. Todos recrearon la maldad con diferente aspecto y un objetivo en común: procurar dolor. Por el momento, nadie ha dicho este virus es mío, pero como alguien se alce con su existencia, ese alguien será el nuevo loco de la historia y la huella de su locura ya está impresa. ¡Wendy! ¡Ven, sin miedo! No te voy a hacer nada… Mejor sigo con mi locura particular. Es de película y no produce daño ni dolor a nadie.