Todo lo que inventamos es a nuestra imagen y semejanza. Puesto que tenemos una conciencia, un subconsciente y todavía debajo un légamo asqueroso en el que chapotean los peores instintos, no es de extrañar que en nuestra penúltima invención, Internet, haya una pulcra superficie, una capa profunda y más abajo un lodazal que llaman Internet oscuro, donde depravación y delito campan a sus anchas. También en cualquier gran urbe hay malas calles, vedadas al intruso, que si pasa por ellas corre peligro. Ahora bien, la inmensa mayoría que en los distintos estratos sociales vive en el orden no sería ‘honorable’ sin el contrapunto de la marginalidad más oscura. Así que está bien el confort de habitar intelectual y moralmente en la pulcra y a ratos luminosa superficie, pero, como las demás forman parte del mismo todo, nadie es nadie sin el resto. Saberlo y asumirlo ya nos hace humildes.