María Teresa Marín Torres

Directora del Museo Salzillo. Profesora de Historia del Arte en la UMU

Una pregunta sencilla entre amigos: ¿Qué guardarías de la Región de Murcia para la posteridad en una cápsula del tiempo? Las respuestas han sido rápidas y bastante sorprendentes, en muchos casos. Todos tenemos algo de nuestro entorno que no nos gustaría perder, necesariamente no ha de ser algo actual, también sirven los recuerdos y las huellas del pasado, aquello que conocemos y quisiéramos poder compartir con las generaciones venideras. Vamos a ir llenando, cada miércoles, nuestra muy elástica cápsula hasta que ya no quepan más cosicas. 


En la Murcia del siglo XVII, junto a la iglesia del convento de los agustinos, hoy parroquia de San Andrés, se instala la recién nacida Hermandad de Nuestro Padre Jesús en una capilla anexa que antaño fuera ermita de San Sebastián. Pero el actual aspecto de dicha pequeña iglesia, que ya no puede considerarse capilla, se remonta al último cuarto del siglo XVIII cuando, una vez segregada de la dependencia principal, promueve las obras de remodelación de este espacio el mayordomo de la cofradía Joaquín Riquelme y Togores, a la par que realiza el encargo de los nuevos pasos procesionales al maestro Francisco Salzillo, exceptuando la imagen del titular que continúa siendo, aunque algo transformada, la muy antigua talla de autor desconocido que según la tradición fuera traída de Italia por el agustino padre Brutón. La remodelada arquitectura es decorada interiormente, ya en 1792, por el pintor milanés Paolo Sistori. Espléndida guinda para tan delicioso pastel.

De este modo se construye un digno marco para albergar las joyas escultóricas que hoy podemos contemplar en su interior, ampliándose la colección con otra serie de obras menores del maestro, en época más reciente, y formando el actual Museo de Salzillo.

Pero hoy voy a hacer una pequeña trampa a la interesante elección de María Teresa Marín, que espero me sea disculpada, ya que son muchas las piezas del gran maestro Salzillo que se encuentran en dicho recinto y quedan pendientes de futuras entregas, elegidas por otras personas.

Hoy, a propósito de las fechas en que nos encontramos, voy a destacar el monumental Belén que alberga la colección del museo.

Don Jesualdo Riquelme y Fontes, hijo del anteriormente mencionado don Joaquín, encarga también a Francisco Salzillo en 1776 la realización de un Belén para su vivienda, la casa palaciega renacentista que ocupaba la esquina entre la calle Jabonerías y Platería, cuya fachada desubicada se encuentra hoy en el lateral del museo. Fue obra de los últimos años productivos de su autor y quedó incompleto, siendo terminado con similar estilo por el taller de su discípulo Roque López, sumando en conjunto la formidable cantidad de 928 figuras entre personajes y animales, realizadas en barro unas, otras en madera y enlienzados, con una policromía exquisita.

Quizás la singularidad más destacable de este precioso conjunto, independientemente de su irrefutable belleza plástica, radica en que Salzillo se aleja de las tradicionales figuras de los presepes napolitanos, hasta entonces indiscutibles modelos, en favor de mostrar el naturalismo de los individuos de su entorno, especialmente en las figuras secundarias de las escenas, tanto del pueblo como de la nobleza, humanizando cada una de las deliciosas y pequeñas, apenas treinta centímetros, esculturas y dotándolas de un realismo soberbio. Para los personajes sagrados y angelicales se emplean patrones inspirados en la propia escultura sacra de mayor formato del autor, bellísimos ejemplos en miniatura de las piezas rococós que se exhibían en los altares de nuestras iglesias.

Les pregunto a ustedes: ¿Cuál es su figura preferida? Yo dudo entre la anciana recovera, de sonrisa desdentada, y el crío rollizo que trepa por la columna del Nacimiento.