Con la llegada de la Navidad, de las reuniones familiares y las comidas y cenas de trabajo, se produce un nuevo repunte de los contagios. Y de nuevo, nuestros políticos responden endureciendo las medidas de distanciamiento social. Vuelve la mascarilla en exteriores, los toques de queda y las reducciones de aforo.

Pero tras casi dos años de pandemia y con el 89,8% de la población mayor de 12 años con pauta completa en España, los ciudadanos debemos exigir una justificación más robusta para cualquier restricción a nuestros derechos y libertades individuales.

No solo es necesario analizar la evidencia empírica disponible, sino que también se ha de ponderar la gravedad de la situación. Sobre la primera cuestión, los estudios son limitados y la evidencia poco concluyente, principalmente porque las distintas medidas no se han introducido individualmente sino en combinación con otras. Además, no podemos perder de vista que, aunque el control de la pandemia sigue siendo una prioridad en la gestión de la salud pública, hay otras consecuencias que deben ser tenidas en cuenta y que normalmente se ignoran: esto es, los efectos en la salud mental que mayores restricciones sobre el contacto personal pueden tener, así como la dificultad añadida que puede suponer a la hora de asegurar la recuperación económica.

El confinamiento y las medidas de distancia social fueron necesarias en el inicio de la pandemia para frenar la presión hospitalaria que ponía en riesgo los diferentes sistemas de salud. En aquel momento el objetivo era «aplanar la curva» de contagios.

Los ciudadanos debemos exigir una justificación más robusta para cualquier restricción a nuestros derechos y libertades individuales

Tras conseguir controlar la pandemia, una vez lograda la vacuna y con una presión hospitalaria tan baja (el porcentaje de ocupación de camas de UCI por pacientes de covid-19 es, a 23 de diciembre, del 16,27%), no es razonable seguir limitando los derechos de los ciudadanos de la forma en la que algunos proponen.

Diariamente mueren personas por multitud de enfermedades, víctimas de violencia e incluso por voluntad propia. El riesgo cero es imposible, e intentar alcanzarlo únicamente lleva a que nuestros políticos se inmiscuyan en la vida de sus ciudadanos sobrepasando los límites de lo aceptable. Padecen de una hipernecesidad de actuar ante cualquier cosa. Apelando a consensos científicos, con discursos grandilocuentes, pero asumiendo que los individuos no son capaces de detectar peligros y gestionarlos por ellos mismos.

La pandemia ha demostrado que esto no es así, que los ciudadanos son mucho más responsables de lo que los políticos dan por sentado, que son capaces de organizarse y de obtener iguales o mejores resultados. 

Por esto debemos exigir que nos traten como adultos y que nos dejen decidir el riesgo que cada uno de nosotros queramos asumir. Quienes teman el contagio deberán tomar más medidas que quienes prefieran arriesgarse y no dejar de vivir sus vidas. Yo, definitivamente, quiero convivir con este virus y recuperar la libertad que durante casi dos años me han arrebatado.