Al parecer, el virus de la variante ómicron de la covid se reproduce en progresión geométrica. En eso el dinero se comporta de manera semejante al virus, también se multiplica en progresión geométrica en las manos de los que más tienen en detrimento de los que tienen poco. Tan cierto es eso de que dinero llama a dinero que hasta el evangelio —a pesar de las admoniciones a los ricos y la dificultad de que entren en el reino de los cielos— proclama: «Porque al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Marcos 4.25). El sistema impositivo de los Estados de Derecho es un intento de evitar que la tendencia del dinero a concentrarse en muy pocas manos deje a los desposeídos sin opciones de llevar una vida digna. Pues bien, la lotería es como la inversa de los mecanismos de redistribución. Muchos ponen dinero para que se concentre en manos de unos pocos, que son los agraciados en el sorteo. Todos los que compramos billetes de lotería deformamos la realidad de lo que supone nuestro gesto, que en realidad es poner nuestro dinero para que, sumado a de los otros muchos que participan en el sorteo, hagan más ricos a unos pocos. Y no, el sorteo de navidad no es el que más reparte, puesto que no reparte sino que concentra. Y esa deformación de la contemplación racional del sorteo viene dada por el deseo egoísta de que seamos nosotros los agraciados que nos llevemos la morterada, a pesar de que, como la matemática nos muestra, la probabilidad de que así sea es remotísima. Y como esa misma matemática señala la altísima probabilidad de que nada les haya tocado a los que lean estas líneas, los animo, amigos lectores, a que sean más racionales y el dinero que han puesto este año para que otros sean más ricos se lo gasten el próximo en su propio disfrute y el de los suyos.