Era de esperar, el bicho no perdona a nadie y tanto va el cántaro a la fuente que llega un día en que se rompe, y siempre suele ser el día más inoportuno. Le está pasando a tanta gente que mis amigos Marta y Juan me contaron hace días que estaban realmente preocupados, que todas las precauciones son pocas, máxime cuando ellos están en contacto diario con tanta gente. Juan es músico profesional y estos días anda ya con los ensayos del concierto de Año Nuevo en el Auditorio Regional. Marta es maestra en un colegio público y en los últimos días ha visto que la situación se estaba agravando: nuevos casos entre los alumnos y varios entre los maestros que, pese a tantas medidas, van cayendo, postrados, ante esa nueva variante que denominan ómicron como si quisieran endiñarle al griego y las lenguas clásicas los peores recuerdos de la humanidad. 

Se veía venir esta nueva ola, no sólo por las mutaciones del virus, que se resiste a desaparecer, pese al avance de las vacunas; se veía venir porque hay mucha relajación en el ambiente y mucha inconsciencia también. Marta y Juan no paran de arremeter contra la irresponsabilidad de muchos y contra el negacionismo de otros. Nos decían hace unos días que estaba pasando como en esas películas medievales en las que los más pequeños terminan venciendo al ejército más numeroso, pillándolo desprevenido y confiado por la noche, mientras celebran borrachos la victoria en la primer batalla. Efectivamente, coincidíamos con ellos en la irresponsabilidad de muchos ciudadanos y, lo que es peor, en la de muchas autoridades regionales, a las que les ha faltado tiempo para eliminar todos los refuerzos de personal en los centros educativos y en los de salud. La pela es la pela, y a la primera de cambio se emplea la receta preferida de la derecha: los recortes, como una guillotina que se vuelve contra todos nosotros, al fin y al cabo, todo lo que sea hundir a lo público es un negocio rentable para los amigos. 

Aunque no tenía síntomas, Marta se hizo una prueba por haber tenido contacto directo con otra maestra y, como ella, ha dado positivo. «Cómo puede ser, si llevamos tanto cuidado y la mascarilla siempre puesta», le dijo a Juan por teléfono, «voy para casa, te llamarán para que tú también te hagas una prueba, cariño». Juan estaba desolado, me lo contó a mí en un wassap, a dos días de Nochebuena, ya no podrán ir a cenar con el abuelo que hace pocos meses enviudó y, que este año tendrá que pasar la noche más fría y solitaria que recuerda. Mis amigos tampoco podrán ir a comer el día de Navidad con la yaya y la hermana e hijos de ella, y eso que ya estaba todo programado para estar en el porche, resguardados pero bien ventilados. Pero la situación de mis amigos es aún peor, todo se desmorona como un castillo de naipes, porque tenían billetes para ir a pasar el fin de año a Austria, donde tienen a su hijo trabajando en una orquesta. Iban a verlo, después de muchos meses, y habían conseguido, con antelación, un vuelo realmente barato. Todo suspendido. 

A Juan no lo terminaban de llamar los rastreadores, que ya deben andar desbordados, así que él se fue a una farmacia de otro pueblo, donde le dijeron que sí le quedaban test de antígenos. Por suerte, el resultado fue negativo, pero él no lo vio con alegría sino como un castigo aún peor. Una vez que los hijos ya están independizados ¿qué hace una pareja, en estos días de ‘entrañables fiestas navideñas’ si uno de ellos tiene que estar confinado y el otro no? Su casa es un dúplex, así que ella se cogió ropa, libros, el portátil, fruta, galletas y agua y se encerró en la habitación del hijo. Él se quedó arriba y la noche se le hizo muy larga, el sofá inmenso y la cama un páramo. Ni siquiera podía chatear demasiado con ella porque las maestras, en estos tiempos que corren, no paran con el teléfono y el ordenador, corrigiendo y mandado trabajos o presentando informes. Pero como Juan tampoco quiere preocupar a los amigos, no se dedica a contarnos sus penas por teléfono y a nuestras preguntas nos responde, tranquilizándonos, que todo iba bien, que ella sólo tenía los síntomas de un resfriado y que él estaba bien, inmune al covid y al desaliento. 

Por fin hoy lo han llamado los rastreadores de Sanidad y le han dado cita para que se haga una prueba ‘oficial’ en el Centro de Salud. Por el camino, Juan no paraba de darle vueltas a la cabeza, pensando en una Navidad sin compartir ni un ratico de sofá viendo una de esas películas largas, de aventuras, ni siquiera un brindis en una comida íntima con su mujer. Tal vez, pensaba, repetir como negativo era el verdadero castigo: diez días interminables porque tampoco iba a ir a ningún lado y dejarla a ella enclaustrada, diez días cuya herida tal vez le marcaría más que el propio covid, al fin y al cabo, él estaba completamente vacunado. Juan tomó una decisión: fuese el resultado que fuese, le diría a su mujer que era positivo. 

Juan me acaba de decir en un mensaje que también ha cogido el bicho, lo he intentado animar, le he mandado un abrazo muy fuerte para los dos, pero lo veo mejor que ayer. Me ha contado que ya están juntos en el salón y que han abierto una botella de vino que a Marta le han regalado unas madres del cole, y me dice: «Ya hemos empezado a celebrar nuestra Navidad pequeña, pero nuestra, que hay que aprovechar el tiempo juntos, que uno no sabe cuántas Navidades nos quedan. Por cierto, ¿qué nueva serie de Netflix me recomiendas?».