Cuando empezábamos a tener a punto el pavo y los turrones, ha irrumpido en nuestras vidas una vocal griega llamada ómicron que lo ha puesto todo patas arriba. Y la que apuntaba ser la Navidad del reencuentro se está convirtiendo en un mal remake de lo que vivimos el pasado año. En el ambiente se palpa una sensación de desánimo y cansancio, como si la situación fuera una espiral infinita sin salida, el cuento de nunca acabar. Una expresión que, por cierto, tiene mucha historia detrás.

«El cuento de nunca acabar» existe. O mejor, existen. Su origen es antiquísimo y se remonta, por lo menos, a la Edad Media, cuando las narraciones orales eran muy importantes. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, la mayoría de la población era analfabeta y las historias y leyendas se transmitían de boca en boca. Tanto en las familias como en las plazas de los pueblos contar cuentos era un entretenimiento habitual. Historias que pasaban de generación en generación pero que fascinaban a todo el mundo. De la misma manera que ahora nos enganchamos a las series y no nos cansamos de encadenar un episodio tras otro, la gente disfrutaba de las buenas fábulas y nunca tenían suficiente. El problema es que no existía ese mensaje de Netflix que pregunta si sigues mirando la tele y que te recuerda que quizás sería conveniente detenerse para no terminar empachado. Por aquel entonces, cuando el narrador estaba cansado y quería parar, o simplemente tenía ganas de tomar el pelo a su audiencia, recurría al cuento de nunca acabar.

La estructura de ese tipo de narraciones es muy básica: un personaje, que habitualmente es un pastor, por unas determinadas razones (buscar unos nuevos pastos o escapar de alguien, por ejemplo) se ve obligado a cruzar un río. En este punto hay varias opciones a la hora de llegar al otro lado: o bien a nado, o bien con una pequeña barca y, si no, sirviéndose de un puente tan estrecho por el que solo puede pasar una persona cada vez. En la mayoría de historias los animales suelen ser corderos, pero también hay versiones donde aparecen gansos o pavos.

Con estos ingredientes el narrador comienza a exponer los hechos y cuando llega al punto culminante de la trama y todo el mundo se muere de ganas de saber cuál será el desenlace, el pastor llega al río y debe empezar a llevar a la otra orilla primero un cordero, después el segundo, y el tercero, y el cuarto... Y así hasta que la paciencia del público acaba. En caso de que se reclame al cuentista que abrevie para saber cómo termina, este responde que el rebaño es tan grande que el cuento solo puede avanzar cuando todas las bestias hayan pasado. Los oyentes descubren el engaño, desisten y dejan el narrador con la palabra en la boca, hartos de ver cómo corderos, gansos o pavos cruzan un río.

Este tipo de cuentos eran tan populares que incluso aparecen en el Quijote. En el capítulo 20 de la primera parte de la obra maestra de Miguel de Cervantes, el ingenioso hidalgo y su escudero Sancho pasan la noche en el bosque, donde el aprendiz de caballero quiere enfrentarse a un misterioso ruido que les atemoriza. Para hacerse pasar el miedo, su fiel acompañante cuenta la historia de un cabrero llamado Lope Ruiz que, para escapar de una pastora celosa y posesiva, huye hacia Portugal, pero al llegar al río Guadiana solo encuentra un pequeño bote y venga pasar cabras... hasta que Don Quijote le dice a Sancho «no andes yendo y viniendo de ese modo que no acabarás de pasarlas en un año». «¿Cuántas han pasado hasta agora?», le pregunta el escudero, a lo que Don Quijote admite no tener ni idea. «He aquí lo que yo dije: que tuviera buena cuenta. Pues por Dios que se ha terminado el cuento, que no hay que pasar delante», le espeta Sancho y su amo se da cuenta de la tomadura de pelo.

Los coetáneos de Cervantes, conocedores y habituados a la literatura oral, supieron apreciar la parodia que suponía ese fragmento. Un ejemplo más de por qué Don Quijote es una de las obras más grandes de la literatura universal. Esperemos que el coronavirus tenga menos variantes que cabras tenía el rebaño de Lope Ruiz.