Rara será la persona que, teniendo un teléfono móvil, cualquiera de las que nos rodean, no haya recibido llamadas queriéndole vender algo. Son en particular las compañías telefónicas las que insisten en dar la lata de forma continua por más que se les haya dicho una y mil veces que no nos interesa la supuestamente maravillosa oferta que nos brindan casi por hacernos un favor. Como imagino que el empleado que llama está muy mal pagado y con un contrato laboral, si lo tiene, leonino, escucho siempre su letanía aprendida antes de decirle que no me interesa. Pero insiste y, al reiterarle el rechazo, quiere saber por qué razón no me aprovecho de la ganga. Llegado ese momento, suelo decir que porque me gusta pagar más, respuesta que no debe figurar en el catálogo de las que le han proporcionado en el proceso de formación porque le lleva a rendirse.

Da igual; un colega de esa misma compañía o de otra similar llamará al cabo de poco con la misma cantinela. Hace años, cuando comenzó el acoso telefónico disfrazado de campaña de marketing, me apunté a la lista Robinson que se suponía que recogía a quienes no querían ser asediados pero sirvió de poco. De nada, en realidad, porque las empresas de talante pelma o bien no consultan la lista de los rebeldes o les da igual lo que figure en ella. Así que nos vemos del todo indefensos: por mucho que digan las leyes acerca del derecho a la privacidad o del abuso comercial, nos siguen llamando. Cabe preguntarse de dónde sacan nuestro número de teléfono pero ya se sabe que las empresas (los bancos en particular) a las que les damos esa información, la del teléfono o la del correo electrónico, venden las listas de sus clientes así que, tarde o pronto, nos encontramos a merced de estafadores y pesados.

La solución más radical de todas consiste en no responder nunca a una llamada de un teléfono desconocido. El problema obvio es que, de tal suerte, no podremos entablar conversación con quien sí que nos interesaría hablar; un hospital que nos va a dar una cita, por ejemplo, o un amigo que no tengamos en la lista de contactos. Pero ese contratiempo tiene arreglo: basta con devolver la llamada al número desconocido. Muchas veces se desenmascara así la empresa pelma (colguemos deprisa) pero en otras ocasiones es hasta peor: una grabación dice que ese número no existe. Cosa que pone de manifiesto que, al no responder, nos hemos librado de la amenaza de una estafa.

No entiendo cómo con el nivel técnico actual mi compañía telefónica, que me permite bloquear la llamada de un número que da la lata, no me libra de todos los demás que sean de la misma empresa. O ya que estamos, de la totalidad de los pelmas profesionales.

Será que la privacidad personal tiene escaso valor en el mundo digital.