La retirada del nuevo Estatuto de Autonomía del Congreso de los Diputados, decidida por el PP de Murcia y sus socios tránsfugas de Ciudadanos y expulsados de Vox (con la aquiescencia del PSOE), no viene sino a confirmar que estamos en una que podríamos llamar ‘legislatura sucia’, tal es el cúmulo de trapacerías, subterfugios, cambios de chaqueta, traiciones y mentiras observadas desde las elecciones autonómicas de 2019.

Comparado con lo ocurrido después, resulta nimio el ‘pecado original’ de la legislatura, consistente en la primera traición a la palabra pronunciada por Inés Arrimadas ante el imafronte de la Catedral de Santa María, asegurando que tocaba descabalgar de una vez al PP del poder regional. Así, el partido ganador de los comicios sin mayoría absoluta, el PSOE encabezado entonces por Diego Conesa, fue suplantado en el Gobierno regional por el segundo partido, el PP, encaramado de nuevo al poder gracias a los votos fieles de los diputados de Ciudadanos de Arrimadas y Martínez Vidal.

Lo que no se esperaba entonces era que esa traición fuera a ser la primera de una larga serie de sucias jugarretas dignas de la peor política parlamentaria y del más hediondo juego de intereses personales y ambiciones desmedidas (pregunten en la Presidencia de la Asamblea Regional), dignas de una autonomía lechuguera, ya que la carencia de Estado propio impide a Murcia compararse siquiera con cualquier república bananera.

De aquella primera deriva chabacana y sainetera derivaron los sucesivos episodios esperpénticos vividos en los dos últimos años, excreciones directas del partido autotitulado popular que se enloda y se revuelca en la pocilga de la inanidad política con el único objetivo de continuar detentando el poder regional. Mientras, la sociedad gobernada se estanca en la cola de todos los índices estadísticos relativos a bienestar y servicios y los que salen en las fotos aparecen cada vez más contentos de haberse conocido.

Es continuidad de las maniobras pestilentes de hace unos meses la última de legislar ad hoc para retirar el Estatuto del Congreso y, en consecuencia, perpetuar a López Miras en el poder, impedir que se coarte el transfuguismo y evitar que el Mar Menor sea una entidad jurídica obligatoria de proteger

En los meses trascurridos desde mayo de 2019, se ha convertido en práctica habitual el retorcido uso de instrumentos burocráticos para apuntalar el ‘poder popular’ murciano, sin que los responsables hayan reparado nunca en cuestiones éticas ni morales. Los cambalaches de cargos por votos para parar la torpe moción de censura de la primavera pasada son buena prueba de ello. Cooperadores necesarios en la jugada maestra de López Miras fueron esos diputados de tan excelsa catadura moral como los tránsfugas de Ciudadanos Isabel Franco, Alberto Castillo, Valle Miguélez y Francisco Álvarez, y los expulsados igualmente tránsfugas de extrema derecha Juan José Liarte, Francisco Carrera y Mabel Campuzano.

Especial mención merece esta última, la inefable Mabel, a la sazón consejera de Educación, negacionista vacunal y alma mater de iniciativas tan profundas y actuales como el intento de establecer sanciones para quienes usaran el lenguaje inclusivo en la Administración regional, o el de instaurar el famoso pin parental en los colegios. Públicos, claro; en los privados ya se encargan de ello curas, frailes, monjas y beatos.

Conviene recordar estas cosas porque, en contra de lo que algunos pretenden, la historia reciente y lejana pesa en el día de hoy. Es todo, por tanto, coherente: desde el ‘donde dije digo’ de inicio de la legislatura hasta aquellas maniobras pestilentes de hace unos meses y la última de legislar ad hoc para retirar el Estatuto del Congreso y, consecuentemente, perpetuar a López Miras en el poder, impedir que se coarte el transfuguismo y evitar que el Mar Menor sea una entidad jurídica obligatoria de proteger.

Es lo que hay, guste o no, y el hedor es insoportable ya. Con el añadido del timorato legalismo del PSOE votando con PP y Vox la devolución del Estatuto a Murcia, donde, a buen seguro, el tránsfuga Castillo y sus adláteres velarán por que sea usado convenientemente como papel higiénico en González Adalid, 2. Todo muy limpio.