Vaya por delante que no tengo la menor intención de obligar a nadie a hablar en ningún idioma. Cada cual que haga lo que quiera, estaría bueno. Y que el asunto de hoy, aunque lo parezca, no va del catalán. Se trata de qué pasa cuando entran en juego comportamientos que pueden suponer una vulneración de un derecho garantizado constitucionalmente. Hoy, le toca al derecho de un niño a aprender en el colegio lengua castellana, la lengua oficial del Estado, sin perjuicio de que coexista con otras lenguas, también oficiales, en las Comunidades Autónomas que así lo hayan acordado.

Del mismo modo, tampoco soy quién para hablar de los catalanes. La primera vez que fui a Barcelona, en un viaje al que me apunté siendo mis dos hijas prácticamente unos bebés (una se lía la manta a la cabeza y no ve distancias, aunque vaya cargada de pañales y silletas) me maravillé de lo avanzados y ‘europeos’ que me parecieron los catalanes. Carmen Sandoval fue testigo de aquel viaje al Salón Náutico de Barcelona, con las niñas queriendo meterse en todos los barcos de la exposición. La idea absolutamente cosmopolita, moderna y abierta que me llevé de Barcelona y sus habitantes es un contraste bestial con la imagen de catetos intolerantes de los últimos días, al hilo de lo de ese niño que quiere castellano en el colegio.

El contraste es sobre todo porque, durante aquel viaje, y en otros posteriores, siempre se nos ha dirigido en español cada una de las personas que nos han atendido. Te hablo de taxis, restaurantes, hoteles, cafeterías, puestos de periódicos. Todo el mundo. Y en español perfecto.

Ese viraje a la locura de la inmersión en catalán no sé muy bien qué propósito tiene: si pretenden dirigirse en catalán a los extranjeros, vaya plan tienen los turistas a la hora de comunicarse.

Pero volvamos a los derechos. No sólo es que el castellano sea la lengua oficial, y que el idioma que debe usarse sea el español, sino que, para garantizar su uso se dejó dicho que todos tenemos el deber de conocerlo. La obligación. ¿Cómo se va a conocer el castellano si no te lo enseñan? Difícil lo veo. Podríamos llegar al surrealismo total, en forma de academias de idiomas que impartieran también el español como lengua extranjera.

El hecho de que es la lengua oficial, y de que todo español debe conocerla, se puede ver en los requisitos para obtener la nacionalidad española, entre los cuales figura acreditar un conocimiento amplio y bastante del castellano. No del catalán, o del vasco o del gallego. Estas lenguas, cooficiales, serán exigibles en aquellas Comunidades Autónomas que hayan elegido conservar su lengua histórica o característica, pero nunca de forma única y excluyente del idioma español.

Para reforzar la idea, la Constitución establece «…y el derecho de usarla». Es decir, el derecho de todo ciudadano a exigir de las instituciones y poderes públicos a hablar en castellano, que se dirijan a nosotros en castellano, y que el castellano sea la lengua en la que hagamos nuestra vida. Sin dar explicaciones, ni pedir permiso.

Esa combinación que une la obligación de conocer la lengua castellana, con el derecho de usarla, parecía blindar el español como lengua. Pero ya has visto que a veces no es suficiente.

El asunto raya el esperpento cuando le añadimos amenazas de apedrear la casa del niño, o manifestaciones en contra de pedir el castellano en el colegio. Una vez que la Constitución avala el uso del castellano, queda en la esfera de cada cual hablar en castellano o en el idioma que prefiera, sin que nadie pueda limitarle.

Quizá habría que decirles a estos energúmenos, en catalán para que lo entiendan, que impedir a alguien con violencia hacer lo que la Ley no prohíbe, u obligar a alguien a hacer lo que no quiere, está penado con prisión de hasta tres años.

Un enjuague legal a tiempo quizá les quite las ganas de hacer el imbécil.