Se van suspendiendo las cenas navideñas de empresa. Covid rampante. El jefe se ahorra algunas proposiciones deshonestas. Al insociable de Pérez le hacemos un favor. Los camellos pierden beneficios. Gutiérrez se queda sin babosear, a partir del tercer gin tonic, a la jefa de recursos humanos. Con las cancelaciones, cuántas frases del tipo «hay que verse más, coño» dejarán de pronunciarse. Dónde van todos esos «yo te aprecio, Manuel Antonio, vamos a por otra copa y no te enfades, hombre, si te hago trabajar los sábados». Las mejores cenas de empresa son las que comienzan a mediodía, que no es exactamente lo mismo que un almuerzo de empresa que acaba a la hora de la cena. En la primera modalidad llegas contento a la cita oficial, ya de noche, dicharachero, pidiendo pista, con trazas de euforia, dispuesto a ofrecer ascensos y sin tabaco. Que si hay vino blanco. Has pasado la tarde con una meta: la cena. La comida de empresa que acaba a la hora de la cena proporciona sin embargo un etilismo de tarde ya sin obligación en el horizonte, una maceración, una desinhibición coincidente con el declinar del sol a la que no obligatoriamente ha de suceder una ingesta de alimentos, cena, lo cual según la naturaleza de cada uno puede proporcionar deseados o indeseados efectos. 

En las cenas de empresa siempre hay alguien a quien las croquetas le parecen estupendas, cuando claramente son congeladas y hormigoneras. Siempre hay alguien que porfía por los entrantes, como si en el whatsapp no se hubiera dicho ochenta veces que el plato de jamón es uno por cada cuatro. Hay quien ve modernidad en que no se celebren ágapes de empresa, cuando claramente que nos invite una vez al año quien nos malpaga es casi un derecho. Toda vez que ya se ha perdido en no pocos sitios el derecho a cesta. Que si quieres turrón te lo compres, dice el gerente que, por si cuela, suele ser el que elige un lugar para la comida o cena de empresa, veinte euros por persona, tú y hay hasta gambas. Se le suele excluir del grupo que organiza, aunque como es buen tipo luego se le dice el sitio en cuestión al que llegará circunspecto y del que se irá sin corbata, despeinado, cantando bajito y sin cesar de repetir, que sí, de verdad, que estoy a muerte con vosotros, que sois mi familia.

Quien no está con nosotros todo lo que debiera es el camarero, que por orden del encargado sisa una jarrita de cerveza, una por cada tres habíamos quedado, jefe, aunque bastante tiene con soportar al pejiguera que pide cada dos por tres (seis) cambio de cubiertos. Que si te llevo a casa. Estás tú para llevar a nadie. Verás tú qué corte mañana en la ofi.