Estoy de acuerdo con Alejandro Sanz. No sé de qué otra cosa puede ir una canción sino del amor. Las mejores canciones tratan de amor. Todas las demás son prescindibles. El primer amor, el amor incomprendido, el amor perdido, el amor imposible, el amor que permanece. Lo mismo pasa con las películas o las novelas. Si no hay una historia de amor, les falta algo. Es lo único que no cansa, no aburre, no se agota, y si se repite es la gloria. Nunca envejece, por eso es lo único que sabe siempre como la primera vez. Con solo tocarlo, nos vuelve inmortales.

El amor está hasta cuando no está, como esa música que, en los versos de Karmelo Iribarren, «se han llevado a otra calle, pero sigues escuchándola». «Y eso es casi lo peor», añade el poeta, pero ahí se equivoca. Eso es casi lo mejor. Puede que sea inevitable sentir que vamos perdiendo el sitio, que nos desplazan del escenario que nos dio las mejores cosas de la vida, pero la melodía permanece, con sus infinitas combinaciones de notas, filtrándose por las grietas del tiempo, para encadenar los trozos del amor y así volver a hacerlo posible cuando lo creíamos todo perdido.

Si estamos hechos de tiempo y él nos hace ser como somos, solo el amor nos mantiene enteros. Sin el amor, nos desintegramos, nostálgicos del pasado, ansiosos por el tiempo que nos queda. Iribarren dice que últimamente los temas de su poesía «se han reducido a dos, el paso del tiempo y el tiempo que hace». Bromea, pero no tanto. El tiempo se va, la lluvia, el viento y el sol permanecen invariables, imprevisibles, creando la temperatura del corazón. Una lluvia repentina en la puerta de un café o la cálida brisa del mar nos devuelven todos los inviernos y todos los veranos en los que hemos amado. El amor es el tiempo del tiempo.

De qué habrían de hablar las canciones y la poesía sino de aquello que todos buscamos. Cuando escucho una canción cuya letra no entiendo siento que tratan de amor. Y si un poema es demasiado elevado para mí, lo traduzco al lenguaje del amor. Los científicos dicen que la voluntad está encerrada en algún área del cerebro y que en realidad nunca pudimos tomar una decisión distinta a la que tomamos. Nos quieren hacer creer que no somos libres, que una simple estimulación magnética alteraría nuestras decisiones. Puede que sea cierto.

Pero el amor desafía a la ciencia y hace inútiles sus esfuerzos en convertirnos en simples conexiones neuronales. El amor es nuestra única libertad.