En España, cada Gobierno entiende que si no cambia la Ley de Educación no cumple con lo que los ciudadanos esperan, e invariablemente rompe con la ley anterior y pone en marcha la suya. Y no hay un ministro, o ministra de Educación que se precie, que no piense en dejar su ‘huella’ haciendo funcionar otra norma que mejore, o no, la anterior, empujándonos a la cola en valoración del sistema educativo, porque es muy difícil dar con otro país que, como ocurre con el nuestro, haya aprobado ocho leyes educativas en cuarenta años de democracia, amenazándonos ahora con otra. Porque sí, cada Gobierno quiere dejar su impronta, sin importarle el desconcierto educativo que genera. 

Y el resultado es un conglomerado de siglas (desde la LOECE de 1980 hasta la LOMLOE o ‘ley Celaá’ con la que arrancó este curso 2021-2022), que según los expertos, repercute claramente en la calidad de la enseñanza: PSOE y PP han sido incapaces, a lo largo de nuestra historia reciente, de ponerse de acuerdo en algo tan importante como esto. 

Así es que no es de extrañar que tanto batiburrillo provoque que España sea el segundo país de la Unión Europea en el que menos avanza la comprensión lectora entre los 15 y los 27 años (solo se encuentra detrás de Grecia), tal y como puso de manifiesto un informe publicado por OCDE y donde los autores de dicho informe destacan el abandono escolar temprano (España es el país de la UE con la mayor tasa de jóvenes que no estudian más allá de la ESO) y que llevan a los españoles a estancarse en su habilidad para entender los textos. Algo fácilmente entendible, si tenemos en cuenta que parece haber un interés desmesurado por parte de los partidos en cargarse las humanidades de los planes de estudio. Así es que, asignaturas fundamentales como la filosofía, la lengua o la historia las están convirtiendo en conocimientos de segunda clase. Y si el señor Wert, que fue ministro con Rajoy, pasaba a la historia eliminando con su Ley de Educación la enseñanza de la filosofía, la «disciplina académica que es un conjunto de reflexiones y conocimientos de carácter que estudia las causas primeras y los fines últimos de las cosas, y que permite conectar diferentes saberes y desarrollar una mayor capacidad de juicio para afrontar la complejidad del mundo contemporáneo», ahora es la actual ministra de Educación, Pilar Alegría, quien al parecer quiere dejar su marca con una nueva ley educativa.  

Un proyecto que deja fuera el estudio de los Reyes Católicos, de Al Ándalus, de los Austrias, porque al parecer, lo importante es estudiar la Historia Contemporánea. Que sí, que claro que es importante estudiar la Historia Contemporánea; faltaría más, pero es que es muy difícil llegar a la comprensión de ésta sin saber de donde venimos: cada etapa de la historia es una consecuencia de lo vivido anteriormente. Imposible entender nuestro carácter, por ejemplo, sin saber lo que fue Al-Andalus, lo que significó en aquella época de siglos para la humanidad. 

Que desaparezcan del bachillerato las enseñanzas de Al-Andalus, los Reyes Católicos o los Austrias es todo menos comprensible. Este país es demasiado grande, demasiado importante como para preocuparnos solo de la historia reciente.

 Ya ven, una Diplomada en Magisterio, especialista en Educación Primaria, quiere eliminar de la enseñanza una parte importante de la historia de este país. Quiere suprimir la «disciplina que estudia y expone, de acuerdo con determinados principios y métodos, los acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado y que constituyen el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes hasta el momento presente». 

¿De verdad los españoles tenemos que padecer estos atropellos cada vez que cambiamos de responsables de enseñanza?