No sé ustedes, pero yo, tras el puente de diciembre, en cuanto asoma el frío por la Región, vuelvo a la infancia. Es un viaje en el tiempo, con olor a castañas, anuncios de muñecas y sabor a turrones. Cómo será la cosa que hasta la lotería me emociona. Recuerdos de carta a los Reyes, películas infantiles en el cine y mis añoradas maestras organizando la recogida de alimentos y juguetes, mostrándome, a su manera, el valor de la solidaridad.

E insisto, solidaridad, que no caridad. Ya saben, ese incondicional apoyo a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles. Y es que, menuda palabra llena de intención. En esta sociedad y este momento, en que tanta falta hace, se vuelve casi impronunciable para algunas personas.

El principio de la solidaridad es básico en nuestras vidas. Es el pilar fundamental sobre el que se promueven los servicios públicos, a los que tenemos acceso gratuitamente sea cual sea nuestra condición económica o social. Servicios públicos tan necesarios como la Educación, la Sanidad y o la imprescindible labor de las Administraciones Públicas que nos facilitan la vida cada día sin darnos apenas cuenta.

Están tan arraigados en nuestras vidas que pensamos que siempre estuvieron ahí, pero no es cierto. Recuerdo, y más en estas fechas, cómo mi abuela me contaba llorando cuánto sufrió pensando que vería morir a mi padre por no tener dinero para pagar los antibióticos, y cómo finalmente consiguió, en una aventura casi increíble, llegar a una farmacia a una jornada de su casa, por caminos y carreteras tortuosas en una moto.

También recuerdo las historias de mi abuelo contándome que aprendió al leer y a escribir en la ‘mili’ porque nunca fue al colegio de pequeño o que no todo el mundo tenía luz eléctrica, agua corriente o recogida de basura. También que si estabas enfermo no cobrabas el sueldo, eso sí, el patrón repartía mazapanes cuando llegaba la Navidad. Son historias que ahora se nos antojan lejanas. Pero no hace tantos años, apenas había servicios públicos y no todo el mundo podía acceder a servicios esenciales, y cuando se accedía era por la caridad de quiénes más tenían.

Por suerte, a mi generación le ha tocado vivir una realidad completamente diferente. Hemos tenido acceso a servicios públicos y de calidad, y no gracias a la condescendencia de quien más tiene si no al sistema de solidaridad que permite reinvertir nuestras aportaciones en forma de impuestos en todo aquello que de forma individual no podríamos pagar la mayoría de las personas trabajadoras: sanidad, educación, servicios municipales, autonómicos.

Desde pequeño me han inculcado que el principio de solidaridad es fundamental para convivir en una sociedad y que devolver lo que esa misma sociedad te ha dado es parte del trato. Tal vez por eso estudié enfermería, en la universidad pública, para cuidar y para ayudar en esos momentos difíciles a quien lo necesitara. Y tal vez por eso, también tomé la decisión de ser delegado sindical en CC OO, un sindicato que defiende las garantías sociales, para poder ayudar de una forma más amplia a mejorar las condiciones laborales y sociales de mi sector, en el Servicio Público.

Solidaridad social, esa es la clave para poder mantener nuestro estado de bienestar. Pero no surge sola, no es fácil entender que tu bienestar pasa por el bienestar de los demás; por ello, es básico educar en solidaridad. Es la clave para una vida digna que nos permita seguir teniendo acceso a unos Servicios Públicos de calidad. Esos que tanto se han deteriorado en los últimos años y que, sin que la sociedad sea consciente, se van poco a poco privatizando, descapitalizando, dejándonos a las personas trabajadoras a expensas de la caridad de quién privatiza, descapitaliza….

Reflexionemos bien hacia dónde queremos continuar, ¿hacia un país de egoísmo e hipocresía que da caridad en determinadas fechas para sentirse mejor; o hacia una España solidaria en la que todos y todas podamos tener una vida digna y bienestar social?

Desde CC OO apostamos por un futuro solidario. Continuemos el camino que quienes nos antecedieron marcaron para que nuestros hijas e hijos puedan disfrutar de ese cuidado social, de esa garantía que nos proporciona el Servicio Público.