En muchos hogares de esta Región, de este país y del mundo, hay abuelas y abuelos que estos días andan pensando cómo organizar la Navidad en sus hogares con sus familias. Nada tiene que ver la situación real con esas estampas de los anuncios que vemos en la tele, en los que una abuelita con cara beatífica pone la sopera sobre la mesa, a la que se sientan parejas de rostros lozanos y niños con cara de no haber roto un plato en sus vidas, mientras suena ‘el vuelve a casa vuelve, de los cojones’, que lo llamaba un viejo amigo, o vaya usted a saber si incluso se ve un árbol de Navidad al fondo lleno de bolas, de espumillón y de lucecitas de colores, que es que ya se te cae la baba de ver el anuncio, oye.
La situación actual es realmente diferente a todo eso. Los abuelos, ya puestos de la tercera dosis de la vacuna, pero todavía con la mosca detrás de la oreja por si pescan al bicho, se plantean cómo organizar las comidas o cenas en las que se reunirán sus hijas e hijos, sus nueras y yernos, sus nietas y nietos, y quién sabe si alguna consuegra que ha sido invitada ‘porque está muy reciente lo del pobre Juan José, y no la vamos a dejar sola en una noche tan señalada’.
Lo cierto es que el año pasado nada se hizo como se hace siempre en su casa. La costumbre es que el día 23 de diciembre, festividad de Santa Victoria y día de la onomástica de una de las nietas, que se llama así porque a su madre le gustó mucho la Niké de Samotracia, cuando la vio en el museo del Louvre, en el viaje de novios, y, como ya estaba embarazada de cinco meses, que por eso se casó, dijo que, si era niña lo de dentro, que le iba a poner Victoria, así que el día 23 se hace una celebración a la que acuden todos, hijos, cónyuges y nietos. El día de Nochebuena estos tienen que turnarse con las familias de la parte contraria, y una Nochebuena vienen a su casa y la siguiente van a la de la otra familia.
Así que hay que tomar decisiones. El abuelo sugiere que el día antes de las celebraciones todo el mundo se haga un test de antígenos, pero no sabe si les sentará bien la sugerencia a sus hijos e hijas (tienen dos y dos), y sobre todo al marido de Juanita, que es negacionista, ‘el muy hijo de puta’, como suele calificarlo la abuela, que es filóloga, jubilada de la enseñanza, pero que no se corta a la hora de calificar al personal. La abuela piensa que la idea es buena y que incluso podrían comprar ellos los tests y que se los hagan cuando lleguen, pero él opina que sería un verdadero desastre que uno dé positivo y que entonces tengan que volver a su casa a comerse un bocadillo, mientras que los otros se quedan a inflarse a gambas, así que mejor que se lo hagan un día antes, y, si dan positivo, que se organicen.
Y, hablando de gambas, llega el momento de pensar qué hacer para la cena, teniendo en cuenta que se reúnen 20, a saber: 4 matrimonios de los hijos, 10 nietos y ellos dos. La situación económica de los abuelos es bastante buena, los dos son jubilados con pensiones decentes, sin exagerar, aunque apenas tienen ahorros porque emplearon todo lo que ganaron en la formación de sus hijos. Sin ser nada parecido a lo del anuncio de la tele con la abuelita y la sopera, existen algunas tradiciones a la hora de la cena de Santa Victoria y nochebuena que han procurado mantener, pero que este año dudan que algunas sean posibles. Por ejemplo, las bocas de cangrejo, que nunca han sido baratas, pero que este año andan por los 160 euros el kilo y las va a comprar Rita la Cantaora, dice la abuela. El pescado para hacer un asado también ha sido descartado porque si están todo el año comiendo dorada y lubina de criadero se procuraba, años atrás, meter en el horno una cosa en condiciones esa noche, quizás un dentón o un mero, eso sí, solo para los mayores, que los críos no lo saben apreciar (?). Pero el otro día el abuelo preguntó por un mero en el mercado y llegó a su casa con taquicardia.
Así que ya veremos, dicen.