La izquierda feminista e inclusiva pone el grito en el cielo por la llegada de una mujer a la presidencia de Inditex, mientras jalea las redes sociales hablando de nepotismo y meritocracia, al parecer sin saber que ambos términos aluden exclusivamente a la adjudicación de puestos de responsabilidad en función de los méritos personales en los sistemas de gobierno y empleos públicos y no en el ámbito familiar o privado.

Mientras intento imaginar al dueño del bar de al lado de mi casa consultando con Errejón a quién le deja el negocio después de cuarenta años y dieciséis horas de trabajo diarias siete días a la semana, me pregunto en qué momento se convirtió en censurable que un empresario defina el organigrama de su negocio y lo dirija como le dé la gana. La libertad de empresa es un derecho recogido en la Constitución española y reconocido en el marco de nuestra economía de mercado y a quien no le guste y sueñe con un Estado que nos controle hasta cuando vamos al baño que agarre las maletas y se marche a vivir a otra parte.

En cuatro meses Marta Ortega se convertirá en la presidenta del grupo empresarial más importante de España y en la quinta mujer del Ibex 35, además de la más joven. Esta es la igualdad que quiero y por la que lucho, pero como la señora monta a caballo y se codea con millonarios la critican porque, para según qué sectores, hay mujeres de primera y de segunda clase, no se engañen. Cuando Irene Montero llegó al Gobierno en 2020 escribió en Twitter: «Parece que a algunos señores les molesta que una cajera de supermercado, hija de un mozo de mudanza y de una maestra de escuela, pueda ser ministra». También los hay a los que les molesta que Amancio Ortega empezara vendiendo batas, y su hija doblando camisetas en Zara.

Para el 2022 propongo leer más y joder menos a ver si así conseguimos un mundo más amable y habitable. A punto de acabar Hamnet, de la irlandesa Maggie O’Farrel, espero impaciente la llegada a casa de la biografía novelada de Anne Lise Marstrand-Jørgensen sobre Hildegarda von Bingeny, la primera mujer que en la Edad Media se atrevió a escribir sobre el orgasmo femenino y describirlo con pelos y señales. La Sibila del Rin la llamaron. A las feministas que tanto critican a la heredera de Zara y le achacan que está donde está tan solo porque es hija de su padre les encanta esta abadesa benedictina que firmó obras proféticas, escribió música y para los males del cuerpo encontró soluciones botánicas. El colectivo LGTBI aplaude su confesa pasión por su asistente, la noble Richardis de Stade, mientras los ecologistas analizan con lupa su peculiar visión del mundo y los cerveceros le agradecen haber añadido lúpulo al mosto de cebada.

Para Marta y Hildegarda un interminable aplauso. También para Josephine Baker, icono de la era del jazz, musa de las vanguardias, extranjera y la primera mujer negra que entra en el Panteón de París, templo laico y mausoleo dedicado, como indica una inscripción en su frontón, «A los grandes hombres» de la patria. De ella dijo Macron, el presidente francés, la semana pasada: «Militaba por la libertad. Su causa era el universalismo, la unidad del género humano, la igualdad de todos antes de la identidad de cada uno, la aceptación de todas las diferencias reunidas por una misma voluntad, una misma dignidad».

Que vivan las mujeres valientes que abren camino y hacen historia. Poco importa dónde hayan nacido o qué voten.