La televisión asesinó a la entrevista. Como un perro que se sacude el agua tras bañarse en un charco asqueroso, salió pulverizado el estilo de entrevista larga y pausada típico de figuras como Soler Serrano o Jesús Quintero, y desapareció. Fue Quintero quien dio la explicación en una charla reciente con el poeta Jesús F. Úbeda, autor del estupendo ramillete de coplas Estado incivil (Huerga y Fierro) y uno de los mejores entrevistadores de la prensa escrita en el presente. Le dijo Quintero que dejó de estar en la televisión porque la televisión ya no se fía de la gente como él, es decir, de los alientos largos y los afanes de profundidad. El dogma del formato es que los espectadores, que son idiotas, solo aceptan ritmo vertiginoso, ligereza festiva o agresividad. De ahí salen, con alguna honrosa excepción, todos los tipos de entrevista que pueden verse en la tele, de un dogma.

¿Soportaría la audiencia de hoy una entrevista tranquila de una o dos horas a personajes poco famosos como un antropólogo, un científico o un intelectual, como las que hacía Soler Serrano? Cualquier directivo de televisión tiraría por la ventana al productor que le propusiera un formato semejante, pero internet ha enmendado la plana a los sabelotodos corporativos.

Millones de personas se enganchan a Twitch, donde chavales en sillas ergonómicas se cargan el ritmo y se quedan callados, concentrados en un videojuego, o interrumpen lo que estaban diciendo porque un seguidor regala a otro una suscripción. No hacen falta decorados, ni dinero, ni planificación, ni caras famosas para crear un proyecto audiovisual de éxito. Y lo mismo pasa con las entrevistas. Programas de Youtube y podcasts han resucitado un género que la prisa histérica de los medios de comunicación había quebrantado.

Las entrevistas de Álex Fidalgo en Lo que tú digas, Javier Aznar en Hotel Jorge Juan, Ricardo Moya en El sentido de la birra o Miguel Iribar en Cambiando de tercio son solo algunos ejemplos de que sí hay público para las conversaciones interminables, relajadas y en torno a temas exiliados hace mucho tiempo de la televisión en general y de algunas grandes cadenas de radio en particular. Sin la tiranía del corte publicitario y el corsé de la competitividad en las franjas horarias, sin escaletas apretadas, sin histerias de actualidad, se puede ofrecer lo que ha sido un anatema en los formatos tradicionales: profundidad. Y la audiencia lo premia.