Decía el padre Terrassa en la Universidad que el amor más puro lo representa la comida. Algo que está sólo hecho para ti, para darte vida, para darte fuerza y para despertar tus sentidos. El hecho de que su esencia sea esta hace que la comida sea una metáfora del amor más puro. 

Aquello se me quedó grabado en algún lugar del subconsciente más consciente, porque con nada disfruto más que con la comida. Desde un bocadillo sencillo hasta los bocados más exquisitos. Me maravilla aprender sobre cocina y gastronomía, y he tenido la suerte de conocer a gente realmente interesante en este mundo, pero aquello del padre Terrassa sigue estando en el origen de mi devoción por la comida. Si he aprendido algo, más de allá de tipos de vino, cocciones, puntos de sal, especias o cocinas de medio mundo, lo más importante en esto de disfrutar comiendo es simplemente esto: disfrutar.

Cuando voy a un restaurante quiero disfrutar. No importa que lo que interpretes no sea lo que se supone que tienes que interpretar, porque eres el cliente, eres el sujeto de ese amor puro al que se refería Terrassa, lo que vas a comer lo vas a comer tú y eres tú el que va a disfrutar. En algunos sitios te recomiendan cómo comer según qué preparación te han hecho. Nadie lo olvide, te lo recomiendan. Hay que ser libre para disfrutar este placer inmenso. Sin cortapisas.

A veces todo encaja. Lo que esperas, lo que quieres, lo que te ofrecen y lo que te sirven. Puede ser en una barra metálica en un pequeño bar junto al mercado o en un restaurante de estrella Michelín, o en un merendero… Da igual. Son alineaciones maravillosas. 

El otro día me pasó en Los Cazadores de Corvera. Quizás porque fue inesperado, porque hay que ir allí y era un sitio nuevo para mí, o porque era un buen día de otoño. Pero desde el primer minuto que estuvimos a la mesa todo encajó a la perfección. Y por supuesto, aquí ya no hay casualidades más allá de que todo encaje. Trabajo e ilusión. Cuando todo lo que rodea a la comida fortalece esa idea del disfrutar se produce el milagro. Puedo recomendárselo, que lo hago, el brioche, las setas con huevo, el arroz con foie… todo. Fantástico. Pero siempre queda esa parte que ponemos nosotros mismos, y que va con cada uno. 

Luego fuimos a casa, pusimos la chimenea, un disco de Louis Armstrong y pasamos un rato recordando historias. Un buen viernes de otoño que empezó a las tres de la tarde compartiendo entusiasmo por el vino blanco que parece tinto y un restaurante maravilloso donde sirven amor bien cocinado. 

Buen puente y disfruten. Vale.