Recientemente, en los cinco minutos que converso cada miércoles por la mañana con Ramón García del Real en Primera Hora en Onda Regional, a propósito del Día Internacional de la Palabra como Vínculo de la Humanidad (23 de abril) -que coincidía este año con el 800 Aniversario del nacimiento del rey Alfonso X el Sabio-, y que desde hace seis años se celebra en Atenas como día de las etimologías griegas, hablábamos del griego, esa lengua que parece en permanente peligro de extinción, a la que solo un ignorante (sin ánimo de insultar, pues todos somos ignorantes de lo que desconocemos) puede llamar muerta. 

La lengua de la que toman su savia tantas disciplinas científicas constituye, junto con el latín, la cultura clásica, parte esencial de los cimientos de nuestra civilización, que si nada lo remedia acabarán desmoronándose con lo que ello significaría: una auténtica catástrofe. Para quien no se haya percatado, estoy hablando en griego. Seguimos hablando griego cada día: ‘auténtica’ o ‘catástrofe’ son dos palabras griegas que continúan vivas y vigentes en la lengua cotidiana. 

Las letras del alfabeto griego están presentes en ciencias como las Matemáticas o la Física, y dan nombre a variantes de virus: la omicron nos es inquietantemente familiar en los últimos días, como antes lo fue la delta. Palabras griegas forman parte del acerbo de otras disciplinas (griego es el nombre de prácticamente todas, a través del sufijo -logía), como la Medicina, la Farmacia, la Biología o la Química, entre otras muchas. Indiscutiblemente griegas son la Filología, la Filosofía, la Geografía, la Historia o la Música.

Sin afán de ser exhaustiva, dejaré aquí como ejemplo una muestra de algunas de las palabras que forman parte del caudal de nuestro idioma, que entienden incluso aquellos que por falta de formación hacen uso de un vocabulario reducido, y que es una seña indiscutible de nuestra idiosincrasia, de nuestras filias y fobias: afrodisíaco, alergia, analgésico, analógico, anarquía, anatomía, ángel, anestesia, ángulo, anómalo, anorexia, antología, antropomórfico, archipiélago, archivo, aristocracia, arteria, artritis, artrosis, astigmatismo, autónomo, autonomía, bacteria, biblioteca, cadera, cartílago, cartografía, cartón, catedral, cianuro, ciclo, ciclotimia, círculo, cirujía, claustro, claustrofobia, clima, clímax, cólera, cólico, crítica, crónica, cronológico, democracia, demonio, diarrea, diástole, dieta, digital, dilema, diócesis, discriminar, dosis, drama, eco, egocentrismo, elemento, enema, energía, epílogo, epístola, epitafio, erótico, escuela, espasmo, esperma, estrofa, etnia, eucaristía, eutanasia, evangelio, éxodo, éxtasis, fantasía, fantasma, faringe, fase, fenómeno, filatelia, fonema, gameto, gastroenteritis, gen, geriátrico, (h)armonía, (h)arpía, hecatombe, hematoma, hemeroteca, hemofilia, hemorroide, hermético, heterodoxo, himno, hipermetropía, hípica, hipoteca, hipotermia, hipótesis, histeria, homólogo, icono, idea, ídolo, laberinto, laringitis, lírica, lógico, máquina, melómano, megalómano, melodía, metabolismo, metáfora, metro, misoginia, mito, miopía, monarquía, neumático, núcleo, orgasmo, orgía, órgano, ortodoxo, pánico, panorama, panteísmo, paraíso, paranoia, patología, pedagogo, pederasta, pedófilo, pentágono, período, plástico, poesía, polémica, política, pornografía, poro, práctico, presbicia, problema, prólogo, propina, prótesis, psicólogo, ritmo, sarcófago, seísmo, símbolo, sindicato, síndrome, sinfonía, síntesis, sintonía, síntoma, sístole, tanatorio, teatro, técnica, tema, terapia, terapeuta, térmico, tesis, tragedia, trama, trauma, triángulo o trofeo.

La lengua helénica sigue viva y productiva en la generación de palabras nuevas (neologismos), como androide, aporofobia, comicteca, discoteca, distopía, economía, ecología, enólogo, entropía, fotografía, fotosíntesis, gastrobar, gastroteca, melancolía, nostalgia, pirómano, polígrafo, psicosis, psicópata, sinergia, teléfono, telepatía, telesférico, radiografía, utopía o xenofobia. 

Las palabras no son simplemente elementos que contabilizar, su forma comprende un significado profundo, son puntas de iceberg. Ningún idioma es simplemente un vocabulario, y difícilmente las máquinas pueden suplir a un traductor humano, porque una lengua es una forma de ver y sentir el mundo, de estar en él, de habitarlo. Quien conoce otros idiomas se enriquece interiormente y adquiere unos conocimientos a los que solo el dominio del idioma permite acceder. Saber griego y latín también facilitan ese acceso.

La reforma actual de la ley educativa (LOMLOE), cuya entrada en vigor se prevé para el curso próximo, nos perjudica clara y seriamente. El pasado 6 de noviembre profesores, alumnos y personas concienciadas de la importancia de su mantenimiento en la enseñanza, reunidos bajo el paraguas de la plataforma Escuela Con Clásicos nos concentrábamos en Madrid ante el Ministerio pidiendo que así se haga. La labor continúa en cada Comunidad. Somos conscientes del esfuerzo y la buena voluntad del director general de Planificación Educativa y Recursos Humanos, Víctor Marín Navarro, que ha recibido en varias ocasiones en la Consejería de Educación y Cultura de Murcia a una comitiva de profesores en defensa del latín, el griego y la cultura clásica, que ha escuchado y comprendido nuestros argumentos, con quien estamos buscando fórmulas que consigan al menos paliar el desastre que se avecina. Tenemos la esperanza de que no esté todo perdido. De que en un futuro no muy lejano nuestro propio idioma no nos suene a griego como nos suena a chino lo que no entendemos, porque lo hayamos empobrecido tanto que no seamos capaces de comunicarnos, de que la evolución pierda su sentido etimológico y acabe siendo lo contrario: involución, retroceso, y sinónimo de aniquilación (reducción a la nada) de sus raíces, aunque suene catastrofista. De que no haya especialistas que garanticen el mantenimiento de nuestras lenguas y su estudio por parte de aquellos a quienes interese, de que no se dé a conocer, para que así se pueda amar, el tesoro inconmensurable que encierran. De que la necesaria tecnología, palabra griega también (Prometeo otorgó a los hombres el uso de la técnica según el mito clásico) no haya desplazado un saber milenario que es imprescindible que siga transmitiéndose a las futuras generaciones a través de sus textos originales, concebidos en griego y en latín, de su literatura científica, técnica, y, sobre todo, humana.

Contamos con el apoyo de personas destacadas en distintos ámbitos (autoridades académicas, científicos, escritores, artistas…) que prestan su voz a nuestra causa convencidos de la necesidad de que el griego y el latín no sean desterrados al olvido. Si así ocurre, también los seres humanos seremos olvido mucho antes de que dejemos de existir orgánicamente como individuos, que es nuestro inevitable fin. Sin pasado, el futuro es aún más incierto.