Hablando de opiniones y de política, dice mi fisioterapeuta, mientras que trata de ponerme el hombro derecho en su sitio, que hay que seguir intentando hacer pensar al personal desde donde estemos cada uno. Como me encuentro en inferioridad manifiesta, debo admitirlo – ella es joven, yo no; ella sabe hasta dónde puedo aguantar el dolor cuando obliga a mi brazo a ir hacia atrás, yo no, y por eso me quejo–, pero después de casi cincuenta años de escribir en periódicos y revistas, de hablar en radios y teles, muy a menudo me pregunto si los que nos dedicamos a esto de pontificar, de opinar y de criticar, le servimos a alguien para algo. 

Porque, en realidad, ¿para qué nos leen ustedes? El espíritu de esta profesión de opinante debería ser estimular la reflexión, es decir, si yo escribo aquí que lo está pasando entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado es de chiste, y que ella me parece espabilada, pero no inteligente, y que él da la impresión de que va cogiendo cuajo, lo que es de agradecer, por si un día resulta que llega al Gobierno, y que puestos a elegir al que va a llegar, lo prefiero a él, aunque no se le vean los mismos detalles en Política que a Angela Merkel, o a Pérez Rubalcaba, cuando vivía, sino que parece, cómo lo diría yo, menos brillante, es decir, que si yo escribo todo eso, ¿a alguien le ayuda a reflexionar?

Lo veo difícil, porque, en general, casi todos los españoles que estamos interesados en la política solemos buscar en lo que leemos o escuchamos en los medios de comunicación algo que nos confirme en las ideas que ya llevamos dentro, y, si yo soy partidario del muchacho y los otros de la muchacha, más bien buscarán algo escrito que diga que Ayuso es la buena. Es más, en general, al ver el tono que utilizo, pensarán que yo soy algo rojo debido a lo poco admirativo que me muestro ante ambos miembros del PP, y eso que no he utilizado la palabra ‘miembra’ porque entonces me tacharían de podemita, o de algo peor.

En cualquier caso, esto de opinar en los medios de comunicación ha sufrido cambios tremendos a lo largo del tiempo que llevamos de democracia. En los primeros años, se alababa mucho a los columnistas y tertulianos que mantenían una postura equilibrada, que lo mismo criticaba a la izquierda que a la derecha. Eso daba caché y categoría intelectual, incluso. Sin embargo, salvo las excepciones de siempre, lo natural ahora es mostrar apoyo a muerte a los que piensan como tú y odio eterno a los romanos restantes. Me parece que no es necesario que les diga qué periódicos o qué emisoras de radio o televisiones se muestran partidarias de la izquierda o de la derecha, y cómo es que cada uno busca en esas fuentes la confirmación de lo que piensa, y, para nada, ni siquiera para poder criticarlos, se acercan a los que no sean los suyos. Todo esto ocurre mayormente en los medios de tirada o escucha nacionales, y es en las publicaciones regionales donde se puede contar con una mayor variedad de pensamiento en lo que publica, aunque es cierto que, incluso en estos, a veces, te da un poco de cosa ver al mismo personaje haciendo aquello o lo otro, inaugurando, besando a pobres ancianas y a turgentes jóvenes y largando discursos por doquier en el mismo informativo. Y siempre con la misma ropa, lo cual demuestra que, aunque por la mañana se hubiera puesto limpio, en la cena de homenaje por la noche le habría abandonado el desodorante, eso es seguro. Si yo fuera uno de esos personajes les diría a los responsables: «no me saquéis en todo, joder, que la gente va a tomarme manía». El periódico que tienen ustedes en sus manos es una de las maravillosas excepciones a esta regla. Aquí tienen los lectores alimento para su espíritu de todos los colores posibles, y eso que algunos nos pasamos de castaño oscuro. De manera que mi fisioterapeuta es una idealista cuya fe hay que aplaudir. Pero, ¿realmente se lee para crearse opinión, o solo para confirmar lo que ya se piensa? Supongo que siempre quedarán personas que se informen, escuchen y luego reflexionen, aunque no sean muchos. Al menos, eso espero.