Siempre he pensado que en política lo más importante son los principios y que estos son, con la experiencia y el aprendizaje, cada vez menos. La libertad de expresión, la tolerancia hacia quien piensa diferente, el derecho a que cada uno busque la felicidad como quiera, la protección de los más débiles. No se me ocurren más, incluso creo que cuantos menos sean, mejor. Esto lo sabe muy bien la izquierda, que se atiene a los suyos con inamovible convicción. Frente a una derecha más pragmática, la firmeza de los principios de la izquierda hace que todos los demás bailen a su son. Esa firmeza tiene además el efecto de hacerlos parecer verdaderos e incontestables, como si las ideas fueran realidades esculpidas en mármol, lo que reduce mucho el margen para el diálogo.

Algo, sin embargo, está cambiando en esta encrucijada política e intelectual. Unos lo llaman batalla cultural, la movilización del pensamiento conservador contra la ideología progresista, que se considera predominante. La derecha parece dispuesta a hacerle ver a la izquierda que no solo calcula, sino que también piensa y que incluso siente. Que no padece un defecto original que la vuelven insolidaria, egoísta, por no decir xenófoba, racista o, simplemente, maligna. El mal no está a la derecha ni a la izquierda, sino en la destrucción de alguno de los principios que dignifican al ser humano. Cuando la derecha se sale de lo previsible y construye un discurso de principios cunde el desconcierto entre la izquierda. Está ocurriendo con Cayetana Álvarez de Toledo, de ahí el mérito de esta política diferente. 

Llevamos días escuchándola y por mi parte no he podido encontrar ningún motivo de discrepancia con sus palabras. Es más, ella ha recogido las ideas que desde los ámbitos más diversos se han expresado como causas del declive de nuestras democracias, entre ellas, el mal funcionamiento de los partidos políticos como aparatos burocráticos que estrangulan cualquier amago de discrepancia o como maquinarias electorales que anteponen sus estrategias de poder a cualquier vocación de servicio público. ¿Qué más ha defendido? El orden constitucional frente a la xenofobia nacionalista, una reforma del Congreso para dar más autonomía y capacidad de iniciativa a los diputados, la política como el espacio de la razón, la política como pensamiento crítico y liderazgo, el combate contra los populismos, el legado de la Transición. Como lo expresa ella: no tener miedo a la libertad y no dejar los principios en manos de Vox.

Contra ella los ataques desde la derecha son pueriles, e incomprensible es lo que está pasando dentro de su partido. Más interesante es la ofensiva desde la izquierda, pues revela su miedo a que se resquebraje la coraza de sus propios principios. En términos futbolísticos diríamos que con mujeres como ella hay partido.