Esta es la guerra que nos ha tocado vivir», decía yo, el otro día, a alguna persona querida hablando de la pandemia que nos asola. Nunca tuvo la humanidad buenos tiempos, o solo los tuvo fugazmente, al modo de los relámpagos. El resto ha sido (y sospecho que será) un fragor de tragedias que se iban sucediendo. Y esta es la nuestra.

La presidenta de la Comisión Europea anda por ahí reclamando que las dosis de recuerdo de la vacuna contra la covid-19 «deben estar disponibles para toda la población adulta, con prioridad a las personas mayores de 40 años». Parece ser que el último análisis de riesgo de la pandemia elaborado por el Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades no es demasiado optimista y anticipa que «las hospitalizaciones y muertes serán muy elevadas en diciembre y enero a menos que se apliquen medidas de salud pública en combinación con un esfuerzo continuo para aumentar la vacunación de toda la población».

Es cuanto menos curiosa esta llamada a la tercera dosis de vacuna cuando tanta gente en Europa no se ha puesto siquiera la primera, a pesar de que los datos muestran claramente que la inmensa mayoría de quienes están en las UCI de los hospitales son los no vacunados. Si alguna vez hubo alguna duda sobre la vacuna ha quedado totalmente despejada. Ya era absurdo creer en la conspiración para controlar nuestras mentes que un atajo de idiotas había extendido utilizando las posibilidades que ofrecen las redes sociales, donde es accesible el altavoz tanto para el imbécil como para el sabio, pero los números están demostrando con claridad que la ciencia nos está salvando la vida.

Dudar de los científicos, pensar que el ingente número de investigadores que han estado dejándose la vida por acelerar la creación de la vacuna estaban todos, sin excepción, metidos en ese complot para dominar a las personas inoculándonos un noséqué, es tan absurdo que nos haría reír si no fuese porque se ha llevado por delante un considerable número de vidas humanas y, al parecer, se las seguirá llevando, porque la estupidez es muy persistente. Por eso son preferibles los malvados a los tontos, porque los malvados, a veces, descansan.

Si los científicos confían en que una tercera dosis de vacuna nos ofrecerá una mayor protección frente al coronavirus, aquí está mi brazo. Sin necesidad de entrar en detalles puedo asegurar que ya he vivido mi muerte y será por eso que no le tengo ningún miedo, pero tampoco me corre prisa porque, como dicen los marengos del rebalaje donde di mis primeros pasos, «nadie se muere la víspera». Será cuando tenga que ser, pero tampoco es cuestión de darle facilidades haciendo el memo.