Hace tiempo que se están deteriorando las condiciones de vida de los trabajadores asalariados. Se ha producido —y no solo en España— un aumento de la temporalidad y la pérdida del poder adquisitivo que revela, por ejemplo, una brecha creciente entre lo que ganan los directivos y los asalariados de base.

Se está produciendo una depauperación de las clases medias y —lo nunca visto—que haya personas que, a pesar de tener un trabajo remunerado, no pueden afrontar los gastos de un hogar y no les queda otra que vivir en la calle. Puede ser una manifestación del hartazgo que está produciendo la sobreexplotación el hecho de que en septiembre pasado 4,4 millones de trabajadores estadounidenses hayan dejado voluntariamente su puesto de trabajo. O que profesiones muy sacrificadas como la de camionero tengan un déficit serio de personal dispuesto a ejercerlas.

En cambio, en Cádiz hemos visto la tenacidad de unos trabajadores que no pedían el cielo, sino tan solo el aquí y ahora de sus condiciones salariales. Lo han exigido con una huelga, han adoptado actitudes beligerantes y han protagonizado enfrentamientos con la policía. Una radicalidad así hacía mucho tiempo que no la veíamos en la defensa de un convenio colectivo. Los del metal de Cádiz han conseguido un acuerdo con sus reivindicaciones.

Ojalá sea el primer signo del cambio que tiene que venir para el trabajo asalariado.