Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Evangelio del 1º domingo de Adviento.

Ciclo C. 28-11-2021.

Empezamos el tiempo del Adviento, de la espera de la llegada del Mesías, el Salvador de la humanidad. Son los cuatro domingos previos a la Navidad. Es un mes en el que nos preparamos para vivir conscientemente la salvación en medio de este mundo que está traspasado por tanto sufrimiento.

Ese sufrimiento no es el mismo en todo el planeta, sino que en cada lugar se vive de manera distinta. Sin embargo, desde la tradición cristiana, que se enraíza en la judía en este nivel, se nos plantea la espera consciente ante los acontecimientos definitivos que mostrarán que el tiempo está cerca. Los evangelios nos hablan de la llegada del Hijo del hombre. Este es el título que en vida se aplicó a Jesús, no el de Hijo de Dios, que procede de la elaboración teológica de la propia comunidad.

El título mesiánico de Hijo del hombre está vinculado con la tradición profética tardía, durante la dura opresión helenista, a finales del siglo IV antes de Cristo. Aparece en el Libro de Daniel, un libro diverso, escrito en tres idiomas originalmente y con tradición profética, pero también de carácter apocalíptico. La figura del Hijo del hombre en Daniel representa al Mesías que reinará en un reino sin fin, por eso se asocia la figura con Jesús. Este título mesiánico aparece 66 veces en los evangelios sinópticos, muchas de ellas puesto en los propios labios de Jesús como una autorreferencia. De ahí que se considere con mucha probabilidad como el arquetipo que el mismo Jesús utilizó para comprender su propia misión. El Hijo del hombre en Daniel trae un reino sin fin, justo lo que Jesús propone con el Reino de Dios.

En la tradición tardía judía, la llegada del Mesías está asociada a signos espectaculares de la naturaleza: terremotos en la tierra, oleaje poderoso en el mar, signos en el cielo, oscurecimiento del sol o la luna, etc. Todos estos signos barruntan la llegada del Mesías, por eso hay que estar alerta y no desfallecer, pues aunque son signos terroríficos, son el preludio de la liberación esperada. Se trata del modelo del género apocalíptico, que pretende dar esperanza a los oprimidos. En ningún caso estamos ante una profecía por cumplir, ni ante eventos que puedan ser constatados en la historia, más allá de las interpretaciones que podamos hacer desde la propia fe.

Hoy en día bien podríamos decir que hay signos claros en la naturaleza: el mar se vuelve ácido (¿cómo el ajenjo?), en la tierra hay terremotos y volcanes, las pestes se enseñorean de la tierra y la atmósfera se llena de gases peligrosos para la vida. Sin embargo, no son estos los signos de la llegad de la liberación, antes bien son los signos de la falta de compromiso de la humanidad con su medio de vida y consigo misma.

Los verdaderos signos de la presencia de la liberación hay que buscarlos en el compromiso por un mundo más humano para todos los habitantes del planeta. Esto pasa hoy en día por transformar nuestra relación con el mundo en que vivimos y con las cosas que producimos. No somos dueños de lo que se ha puesto ahí para nuestro disfrute, ni podemos utilizarlo como un beneficio particular. Somos custodios del mundo creado y somos responsables de su existencia más allá de nuestra vida como seres individuales.

Si vemos esos signos de peligro en la naturaleza es que estamos siendo llamados a una conversión radical. Esa conversión es el signo de nuestra liberación.