Yo también he pasado miedo. Aún habiendo sido, por lo general, un tanto aventurada e inconsciente también he experimentado cierta turbación, desconfianza y desasosiego al caminar sola por la noche y de madrugada. He fingido hablar por teléfono, he buscado la compañía o la presencia de otras mujeres o grupos en calles solitarias y he apretado con fuerza las llaves en la mano mientras hacía el trayecto de vuelta a casa. Me he sentido juzgada por mi aspecto y por la ropa que llevaba. Se han cuestionado mis capacidades profesionales por mi edad y, más aún, por mi género.

No suelo ni me gusta tratar temas especialmente polémicos y menos aún políticos, pero estos días me desconcertaba leer o escuchar ciertos comentarios que ridiculizaban la paridad que, con motivo del 25N, diferentes instituciones, organizaciones, asociaciones y una sociedad, casi, al unísono reclamaba para superar no solo ciertos roles y comportamientos que perpetúan la subordinación de la mujer, sino también para acabar con su expresión más cruel y salvaje. No entiendo la negación de una discriminación que resulta tan evidente y solo puedo considerarla como un síntoma más de este mal endémico que es la desigualdad de género.

Hace unos días leía el valiente comentario de un amigo que en su Facebook relataba la violencia que su madre había sufrido, hace años, por ser mujer separada. No se refería exclusivamente a la infringida (nunca físicamente) por su padre, sino también y, sobre todo, a la condena de una sociedad hipócrita que la señalaba y la denunciaba. Hoy, varias décadas después, siguen siendo las mujeres las marcadas y estigmatizadas (violada, maltratada…) con cierto sello de culpa, lo que infringe más dolor a las víctimas y a un entorno familiar roto y desgarrado, poniendo en evidencia lo oportuno y conveniente de seguir reivindicando.

He pasado miedo, pero éste nunca me ha paralizado. No ha sido un miedo irracional o inventado, como hay quien trata de mantener. Desafortunadamente, como otras muchas, he sufrido agresiones verbales, asaltos e incluso algunas otras experiencias mucho más amargas. Por desgracia, las 1.118 mujeres asesinadas (desde 2003) son reales. Y ésta no es más que una cara, la más terrible, de una violencia y una desigualdad que, lejos de no estar desterrada, crece entre los más jóvenes con conductas y estereotipos vejatorios, y con atroces violaciones y agresiones perpetradas, incluso, por menores. Y esto, hoy, me sigue dando miedo.