Es bien sabido que en nuestra tierra llueve poco, pero llueve fuerte. Y cuando lo hace, mirando las calles convertidas en verdaderos ríos que discurren calle abajo en verdadero torbellino, es fácil imaginar que si toda, absolutamente toda esa agua fuera recogida en canalizaciones y almacenadas en cisternas dispondríamos de recursos de agua para el resto del año.

Esto es difícil, claro, pero se puede intentar. Las técnicas de ‘cosecha de agua’ no son en absoluto nuevas en nuestra cultura mediterránea. Cosechar agua es una práctica histórica y popular en los climas áridos, e implica el arte de desviar o capturar la precipitación de la lluvia, o en otras latitudes de la nieve derretida, para usarse en la vida diaria. No otra cosa han sido las cisternas o aljibes que perfeccionaron los árabes, y que de forma muy generalizada y durante mucho tiempo fueron a menudo el único recurso de agua potable para los habitantes de una población. 

Otro hermoso ejemplo de época histórica es la proliferación de las ‘boqueras’, estructuras utilizadas hasta bien entrado el siglo XX para captar las aguas que bajaban por las ramblas tras las intensas lluvias. Las boqueras restaban caudal a las crecidas y derivaban caudal a los campos para procurarles un riego. Además, este sistema devolvía a las ramblas las aguas sobrantes, exactamente como ocurriría después con el sistema de acequias y azarbes de la huerta, donde las aguas sobrantes son devueltas al río.

En nuestra tradición mediterránea cada gota de agua vale su peso en oro. Por eso sería bueno recuperar aquellas tradiciones de acumular el agua de lluvia como sea y donde sea.

Ya sé que es difícil plantearse la solución al déficit hídrico de nuestra tierra en base a actuaciones de pequeña escala como éstas que propongo. Pero sí es cierto que, como en el caso de la energía, cada acto individual, de cada comunidad de vecinos o de cada pequeña comunidad de regantes, puede contribuir potentemente al ahorro y la ecoeficiencia para nuestros escasos recursos hídricos.

El agua de lluvia es gratis, y además cosechada en el mismo sitio donde haya de consumirse ahorra energía e inversiones para su trasporte. ¿Por qué no intentar en esta región tan necesitada algún plan promovido por las administraciones para implementar proyectos de cosecha de agua de forma extendida y sistemática?, ¿por qué no sugerir, u obligar, a los nuevos desarrollos a obtener parte de su agua con proyectos a la vez tradicionales e innovadores de este tipo?, ¿por qué no una campaña, unas subvenciones y un manual destinado a los ciudadanos que vivimos en casa con jardín para que podamos autónomamente surtirnos del agua para nuestras plantas?

Al menos podría pensarse. Se trata de aprovechar nuestra tradición mediterránea y nuestra cultura del agua para recuperar y reinventar modos de aprovechar óptimamente la que tenga a bien caernos del cielo.