Fue la noticia que más me impactó en el verano de 2020, aquel verano que vivimos entre la ilusión por recuperar nuestras vidas y el miedo ante una realidad trastornada por la pandemia. Durante varios días abrí el periódico para encontrarme siempre con una mirada, siempre la misma, la de Kyle Rittenhouse. Gorra vuelta del revés, cara rellena, camiseta verde, vaqueros, guantes azules de goma que empuñan un fusil, el dedo índice en el gatillo, mirada de reojo a la cámara. Al fondo, siluetas difuminadas en la semioscuridad de una calle. Tiene 17 años y recorre el centro de Kenosha durante las protestas raciales del Black Lives Matter que durante varias noches incendiaron esa ciudad de Wisconsin. Unas horas después de esa foto el joven descansaba en su casa después de haber matado a dos manifestantes. «Deber, honor, coraje, las vidas azules importan», exclamaba el joven en las redes sociales para justificar su acción en defensa de la policía.

Un vídeo había registrado sus pasos. En él se ve cómo tras una persecución, el joven dispara contra dos hombres que iban a detenerlo. En la siguiente escena, levanta los brazos y se acerca a una patrulla de la Policía, pero los agentes lo ignoran. Según contaba el periódico, una asesora de Trump decía: «Cuanto más reine el caos y la anarquía, la violencia y el vandalismo, mejor para la elección clara de quién es mejor en ley y orden». Trump aprovechaba los disturbios para agitar el miedo: «Ustedes no estarán seguros en la América de Joe Biden». Al día siguiente se informaba de la detención de Kyle Rittenhouse entre el estupor de sus vecinos: «Este país se ha vuelto loco y esta vez la locura nos ha tocado en nuestro jardín trasero», decía una mujer. Yo anoté esas palabras porque me pareció que reflejaban bien lo que estaba pasando en el mundo, una especie de locura inducida por el miedo.

Me he acordado de esta historia porque estos días se ha conocido la sentencia absolutoria del joven justiciero. Sus abogados alegaron que actuó en defensa propia. Se ha aplicado la filosofía del Salvaje Oeste, el derrumbe de la ley y la legitimación de la violencia. El miedo es quien gana. Casos como este anuncian una falta de humanidad generada por la histeria y el miedo colectivo. Un estado de emergencia convertido en una situación normal. El recorrido hacia la normalidad del miedo se va completando, como muestra otra fotografía tomada en las mismas calles de Kenosha esta semana.

Idílico paisaje urbano de otoño con hojas amarillas. Un chico pasea con su padre por la acera. Una escena corriente y pacífica si no fuera porque el hombre empuña un fusil. Ambas fotografías muestran en qué sociedad vivimos, una sociedad de supervivencia basada en el miedo a la muerte, que tiene el rostro del vecino.