Estos días nueve millones de austríacos permanece recluidos en sus casas fruto de la expansión desbocada del coronavirus, de la saturación de los hospitales y de la amenaza cierta de un colapso en sus Unidades de Cuidados Intensivos.

Es la consecuencia de tener a una población vacunada en un 65%, 25 puntos por debajo de España. El resultado en una sociedad muy individualista, de una clamorosa falta de empatía entre los ciudadanos, muchos de ellos hipnotizados por las falsas teorías catastrofistas del movimiento antivacunas que alienta la ultraderecha.

Es probable que otros factores se sumen a esta situación como la de un Gobierno incapaz de comunicar la importancia de protegerse ante un contagio o la de un sistema sanitario de Atención Primaria atendida por las consultas particulares de médicos concertados con esa Seguridad Social. Un procedimiento que hace, en ocasiones, que el paciente que llega por lo público tenga que esperar varios días si el facultativo da preferencia a quien accede desde las aseguradoras privadas.

La dudosa legalidad de meter en casa solo a los no vacunados cuyos movimientos apelaban a una discriminación no amparada por la Constitución austríaca hn obligado finalmente al Ejecutivo a adoptar el ‘café para todos’. Incluso a decretar la vacunación de niños mayores de 5 años sin esperar el pronunciamiento de la Agencia Europea del Medicamento.

Si nos venimos a España, dicen que no llegaremos a estos extremos cuando llegue el invierno por el alto porcentaje de vacunados.

Claro, de eso se aprovechan los que rechazan inmunizarse. Emboscados entre el resto que sí hemos aceptado las vacunas y que acudiremos en masa cuando se generalice la tercera dosis de refuerzo, les servimos de escudo. Lo mismo que no vacunan a sus hijos en edad infantil porque el resto del aula a la que acuden sí lo hace proporcionando a su niño una protección que surge de la responsabilidad de los demás.

Algunos de ellos practican la solidaridad farisaica. Están más preocupados por las emisiones de CO2 y el futuro del planeta que por contagiar a su vecino y mandarlo al cementerio. De lo uno y lo otro deberían concienciarse.

Confío en que la pandemia no llegue a los extremos de la primera ola en nuestro país como sí lo está haciendo en Austria. Porque sería muy injusto que alguien vacunado, supongamos un anciano gravemente enfermo por otras patologías, tuviera que ceder su cama de UCI a un joven que no quiso hacerlo: a un insolidario.