Una pregunta sencilla entre amigos: ¿Qué guardarías de la Región de Murcia para la posteridad en una cápsula del tiempo? Las respuestas han sido rápidas y bastante sorprendentes, en muchos casos. Todos tenemos algo de nuestro entorno que no nos gustaría perder, necesariamente no ha de ser algo actual, también sirven los recuerdos y las huellas del pasado, aquello que conocemos y quisiéramos poder compartir con las generaciones venideras. Vamos a ir llenando, cada miércoles, nuestra muy elástica cápsula hasta que ya no quepan más cosicas.  Ángel Peñalver Martínez


Tener una mística no es cosa de la que puedan presumir en muchos lugares, por lo que la elección de Ángel Peñalver, preservar los escritos de Sor Juana de la Encarnación, es un acto de reconocimiento y justicia hacia una mujer casi desconocida para la mayoría de sus paisanos.

Nacida como Juana Tomás y Herrera (Murcia, 17 de febrero de 1672 – 11de noviembre de 1715), fue hija del regidor de la ciudad don Juan Tomás Montijo, y como tal recibió una educación que le llevó a leer y escribir en latín antes de los doce años, edad de su ingreso como educanda en el monasterio de Corpus Christi de las madres Agustinas Descalzas de Murcia, donde escribió la obra por la que es reconocida, Passion de Christo, y en el que permaneció hasta su fallecimiento.

Para entender la literatura mística es absolutamente imprescindible trasladarse mentalmente al momento y el ambiente que rodea al autor; es así como hemos de situarnos frente a la figura de la mística murciana, intentando al menos imaginar aquella pequeña ciudad entre los siglos XVII y XVIII, afectada por sucesivas y continuas tragedias: tres epidemias consecutivas, plagas en los campos cercanos y una adversa meteorología, con terribles inundaciones como las de San Calixto y San Severo.

La pequeña Juana solo abandona la casona familiar, en la calle Brujera, para ir a los oficios religiosos de la cercana parroquia de San Nicolás, entonces una ruina, y al convento que más tarde la acogería, sin duda mucho menos majestuoso que el que ahora contemplamos, reformado cuando la entonces Sor Juana ya se encontraba en su clausura. En el interior de aquellos oscuros templos las imágenes sobrecogen el corazón piadoso de las gentes. En las Agustinas sería donde viera la dramática figura de Nuestro Padre Jesús, fuente de su fervor e inspiración, pues la antigua talla italiana ya era mimada por las monjas antes de procesionar el Viernes Santo.

No estuvo exenta la vida monástica de Sor Juana de tentaciones que combatía con la mortificación de su cuerpo, mientras meditaba sobre la pasión de Cristo. Esta experiencia, tan propia del misticismo, la trasmite a su confesor, el jesuita padre Luís Ceballos, quien le impone como penitencia la redacción de esas vivencias, narradas con un realismo a veces descarnado. El relato se inicia así: «El Domingo de Ramos, después de experimentar estas misericordias de Dios en la Comunión, me quedó aquel genero de recogimiento, y atención al Señor, que suelo experimentar, con los demás afectos y efectos; y se aumentaron en mi alma indecibles ansias de padecer, y acompañar aquellos días al Señor, y á su Santísima Madre en los dolores, penas, y afrentas de la Passion».

El mismo Ceballos sería su póstumo editor, impreso el libro en Madrid por Francisco Fernández, en 1720, y con grabado ilustrador de Antonio Palomino, que nos muestra a Sor Juana en íntimo diálogo con el Crucificado.

A falta de un último y puede que definitivo estudio sobre esta joya, digna de ser incluida en la historia de la literatura española de su género, como «feliz epígono del misticismo teresiano» (en palabras de nuestro experto de hoy, Ángel Peñalver), nos complace poder recordar a su autora y la incluimos en nuestra atemporal Cápsula del Tiempo.