Son dos conceptos o uno doble. La España vacía, o mejor la Hispania vacía, Portugal también cuenta. Y la Hispania vaciada. Los hispanos se fueron a las ciudades muy pronto. El campo era árido, estéril e ingrato. Pero en los 50 del siglo pasado emigraron. Antes lo habían hecho hacia las Américas. La de los cincuenta fue causada por el tractor, por la industrialización del campo. En Italia, con flamante democracia, pasó lo mismo. Y en Grecia. La industrialización del centro de Europa requirió mano de obra básica, sin formación. Y el sur del subcontinente estaba repleto de población irredenta, que, con sus envíos de numerario al Sur vaciado contribuyó a la adquisición, en parte, de la dignidad humana en todos los territorios mediterráneos.

Pero los tiempos actuales son de vaciamiento moral también. Y, acaso sea éste el más nocivo de los vaciamientos. En el Tardofraquismo se acuñó la frase «confunden libertad con libertinaje». El aforismo fue inventado como talismán o amuleto frente a la imparable ola de libertad que trajo la Transición, el suceso más feliz de la Historia de España. Pero, desbastada la frase de su abuso, queda un poso de verdad. Yo celebro ese poso. Merced a ese libertinaje campan por los terrenos de la verdadera educación en España los infames programas de televisión donde sólo hay vulgaridad y zafiedad, presentadas como perfectos modelos de convivencia. Todo sobre la base de la ignorancia.

Ahora, la ignorancia se hace oficial con la consagración de las asignaturas suspensas como blasón académico, y la anatematización de los exámenes. Todo ello es causa de la España vaciada de moral y principios de la dignidad humana.

«Únicamente el libertinaje es libertad», parece ser la norma que sustituyó al oportunista adagio «confunden libertad con libertinaje». Como dijo el clásico, «in medium virtus est», que quiere decir que en alguna parte del camino entre los extremos se haya la virtud. El respeto es norma a la que abolir. Porque se asimila tener respeto a tener miedo. Los derechos humanos se han pervertido hasta convertirlos en vehículo legal de los caprichos volitivos propios. Y a la Policía se la quiere dejar sin la esencia de su función: el uso de la fuerza en nombre del bien público. Se hace distinción del peso de la culpabilidad según sea la naturaleza u origen del culpable. Lo mismo que condena a unos, sirve de eximente a otros. Y se cree que una ley de la mitad más uno puede sobreponerse a la Constitución de todos.

De todos los vaciamientos, el moral es el peor.