Estos días se cumplen dos años de los primeros casos de covid-19 registrados en China. Hoy, la pandemia sigue con nosotros, aumentando, por el momento imparable, también en Europa. En estos dos años hemos creado vacunas de cuya eficacia no hay ya duda alguna. Véanse las cifras de vacunación y las de contagio en distintos países, que son inversamente proporcionales casi con precisión matemática. Empiezan a mostrar eficacia algunos fármacos en los estadios iniciales para frenar la gravedad de la infección. 

Y sin embargo, la pandemia de covid-19 ha venido a poner sobre la mesa nuestra fragilidad y al mismo tiempo ha espoleado la imaginación de los más catastrofistas hasta crear un clima de apocalipsis inminente en las mentes más influenciables. Determinados problemas que estaban ahí desde hace tiempo han pasado a primer plano. Había una preocupación por la creciente resistencia de las bacterias a los antibióticos. El clima de apocalipsis hace decir a algunos que el desastre por venir ya ha llegado. Las bacterias resistentes -de la tuberculosis, de la salmonelosis o de la gonorrea, infecciones que creíamos superadas- llevarán a la tumba a millones de personas. Incluso una pequeña herida podría resultar letal. Por otra parte, el cambio climático nos conducirá a un escenario caótico de inundaciones, cultivos arrasados, estrangulamiento de los transportes de personas y mercancías, hambrunas y aumento drástico de las desigualdades. Menos mal que los obreros del metal de Cádiz todavía creen en un futuro por el que están luchando.