Al enterarme de que ya eres ceniza, bajé al trastero donde, arrumbados, descansan también tus libros. Me los llevé, quizá queriendo, en una mudanza de la casa que compartíamos. Son de la colección ‘Novelas inmortales’ y tú mismo las rescataste del sol, el frío y la niebla de la Cuesta de Moyano, a la sombra del Retiro. Son de tapa blanda como tú. De lúcida prosa y recovecos, como el camino que trazaban tus artículos. Y, por supuesto, menos leídos que tú. Inmortales ya lo he dicho.

Ellos, como tú, habitaban en el olvido. Quién narices va a desempolvar a Flaubert y Stendhal habiendo joyas más molonas. En esa estamos siempre, Juan, liados con el día a día mientras la vida pasa por delante de nuestras narices.

Como las hojas del calendario, es verdad que el diario debía incluir tu opinión para alumbrarnos, como faro, la actualidad más actual de la clase política. Por tus venas corría eso que no pueden evitar algunos periodistas, intentar que las cosas mejoren mientras tu cuerpo empeora por las hostias que, salvo en la hora de tu obituario, recibes.

Ya ves para lo que nos ha servido.

Si hoy, al tercer día, o dentro de unos años resucitaras y tuviera la suerte de sentarme de nuevo contigo en la terraza ni un segundo nos llevaría la crónica política dada la deriva.

A ti no te hacía falta que alguien falleciera para echar de menos su contacto. Sabías, no como el común de los mortales, que arrancar tiempo al tiempo consistía en darte a los amigos, los paisanos y tu familia.

Mis hijos Marina y Borja se quedan con ganas de una nueva quedada. Ya no te tirarían de la barba, pero, con Mariana la primera, te daríamos un abrazo. Infinito. No te lo di porque, ya sabes, el día a día.

A Joyce, que hoy he subido hasta un lugar preferente de la estantería de mi comedor, no hay Dios quien lo entienda. A ti seguro que ya te tiene en los altares, compartiendo un tercio y un vino. Compartiendo no es la palabra, pero no voy a devanarme los sesos pues Ángel me está pidiendo ya rellenar el hueco que ocupa esta columna, muy pequeño para el que nos dejas.

Ya sabes. El maldito cierre. Un cierre que, en esta ocasión, y pese a quien pese, a mí más que a nadie, no será posible.