Lo extraño y sorprendente no fue lo que pasó, sino lo que no pasó. Esa fue la conclusión a la que llegó un politólogo americano cuando analizó los datos de las elecciones que dieron la victoria a Donald Trump y que sirve de respuesta al título del libro (Lo que pasó) donde Hillary Clinton intenta descubrir cómo pudo perder ante semejante personaje. Todos recordamos aquellos días en los que ocurrió lo que considerábamos imposible que ocurriera. En realidad, apunta el politólogo, no hubo nada anómalo en el comportamiento de los votantes. Los que siempre habían votado al partido republicano volvieron a hacerlo: hombres, blancos, inmigrantes hispanos y cristianos. A pocos de ellos les hizo cambiar su voto las extravagancias de Trump ni el hecho de que se presentara como una aberración dentro de su partido. La anomalía ya estaba instalada en la normalidad, pero todavía no habíamos experimentado sus consecuencias.

La anomalía se llama polarización, un estado de enfrentamiento irreconciliable entre formas de pensar que no tiene que ver solo con la política sino que impregna la cultura o las relaciones que establecemos en el orden de los valores. Quizá el miedo y la inseguridad esté detrás de esa intransigente actitud intelectual y moral con la que nos situamos en el mundo cuando nos vemos obligados a afrontar los problemas comunes. Como si el declive de las ideologías, en lugar de hacernos más tolerantes y abiertos, aumentara nuestra desconfianza hacia el que piensa diferente. Nos hemos vuelto avaros de nuestras escasas certezas. Y si descubrimos que no tenemos ninguna, nos aferramos al simulacro que brindan los partidos. Cuando no hay valores, solo queda el poder. Cuando creemos que nuestros valores son los únicos válidos, solo queda imponerlos. Y cuando, asustados ante la confusión que parece cubrirlo todo, flaquean nuestras convicciones, solo queda someterse a la fuerza del grupo, esconderse, dejarse llevar.

Tenemos ejemplos de todo esto en la política de cada día, convertida en un sistema tóxico que tritura líderes, ensalza políticos mediocres, premia la sumisión y, lo que es peor, nos hace peores ciudadanos, peores periodistas, peores personas... En palabras de Ezra Klein, autor del libro Por qué estamos polarizados: «Estamos tan encerrados en nuestras identidades políticas que no hay prácticamente ningún candidato, información o situación que pueda llevarnos a cambiar de opinión. Somos capaces de justificar casi cualquier cosa o a cualquier persona siempre que esté en nuestro bando, y el resultado es una política desprovista de barreras de protección, normas, persuasión o rendición de cuentas».

Cayetana Álvarez de Toledo cree que la política no tiene por qué ser indeseable, aunque ella sea una damnificada de su toxicidad. Según ella, «solo necesita líderes dispuestos a que les llamen indeseables sin pestañear». Si se refiere a los del partido propio, es un buen comienzo para que pasen cosas sorprendentes.